“Barbarie
es pintarse de rojo simulando a un toro herido
y
confundir la sangre de las personas con la de los animales”
Fernando Savater, filósofo y
escritor
Una
de las principales artimañas del movimiento animalista-antitaurino ha consistido
en identificar y equiparar la tauromaquia con el maltrato animal, cuestiones
que nada tienen que ver. Pero de este modo, aprovechándose de la sensibilidad
natural del ser humano hacia los animales, han llegado a distorsionar la imagen
social de la tauromaquia, mediante una aberrante cadena de manipulaciones (ver
apartados 10-14). Esta falsa imagen del espectáculo taurino ha llegado a calar
en aquella parte de la sociedad que no tiene un contacto directo con el toro de
lidia y que desconoce la verdadera esencia del arte taurino, hasta el punto de
que muchas personas, en su lenguaje cotidiano, equiparan el maltrato, la
tortura o la crueldad con la tauromaquia. Más aún con el soporte de las redes
sociales -verdaderas armas de destrucción masiva- en las que cualquiera tiene
derecho a calumniar, insultar, difamar o polemizar sobre cualquier persona o
colectivo incluso desde un total desconocimiento del tema en cuestión.
El trillado
eslogan de “La tortura no es cultura”
-que incluso da nombre a una plataforma- es un despropósito y una auténtica
cipotada. En primer lugar, porque la tauromaquia no tiene nada que ver con la
tortura, ni con el maltrato animal, como vamos a comprobar inmediatamente. En
segundo lugar, porque negar la condición cultural de la tauromaquia sería hacer
una tremenda exhibición de ignorancia. En todo caso, la única tortura en este
sentido es la que conlleva soportar el desconocimiento, la tremenda
manipulación y la increíble maldad de un movimiento animalista manejado por unos
oscuros intereses que ya han sido referidos (ver apartados 15-16).
El
diccionario de la RAE define “tortura”
como “Grave dolor físico o psicológico
infligido a alguien, con métodos y utensilios diversos, con el fin de
obtener de él una confesión, o como medio de castigo”. El término “maltratar” viene conceptuado como “Tratar mal a alguien de palabra u
obra”. Y como ya se dijo anteriormente, el verbo “asesinar” como “matar a alguien
con alevosía, ensañamiento o por una recompensa”. Evidentemente, en los
tres casos, el significado de estos términos se circunscribe exclusivamente a las
personas, no a los animales. Ante las dudas, comprobamos también que el
pronombre “alguien” viene definido del siguiente modo: “Designa una o varias personas cuya identidad no se conoce o no
se desvela”. Por lo tanto, la propia utilización de términos como tortura, maltrato
o asesinato en aplicación a los animales suponen una clara deformación del lenguaje
que los movimientos animalistas han hecho cotidiana, consiguiendo que se acepte
y se consienta socialmente.
Ya
quedó explicado que si ampliáramos el concepto de “asesinato” al ámbito animal,
todos seríamos asesinos, desde el carnicero o matarife hasta los que eliminan
las plagas de pulgas, larvas, hormigas o ratas, pasando por los que matamos
mosquitos, arañas o cucarachas. Es más, la utilización del término “asesino”
para referirse a quien mata animales supone un inadmisible disparate que roza
el delito y sobre el cual las propias autoridades deberían tomar medidas de
forma contundente.
Imagen de www.limitesalvaje.blogspot.com |
Pero
además, incluso aceptando que conceptos como tortura, maltrato o crueldad
pudieran aplicarse a los animales, nada tendrían que ver con la tauromaquia. ¿Por
qué? ¿Qué sería realmente el maltrato
animal? Analicemos.
Para
filósofos de la talla de Francis Wolff o Fernando Savater, en la relación que
se establece entre el hombre y los animales, el maltrato hacia éstos vendría
definido por un trato contrario a su propia naturaleza. Recordemos que, desde
un punto de vista ético, Wolff establece en tres niveles los deberes que ha de
tener el ser humano con los animales: 1: respetarles, pero como el otro, no
como semejantes porque no lo son. 2: respetar su naturaleza, es decir,
tratarles de acuerdo con sus características, con su “animalidad”. 3: respetar
las relaciones afectivas del ser humano con ellos.
Por
lo tanto, el buen trato hacia los animales vendría definido por una
utilización de los mismos que sea coherente con sus características y
naturaleza. En este sentido, vienen
a colación las palabras del catedrático en medicina y escritor Rafael
Comino Delgado, expresadas en el programa “Kikiriki”,
de Canal Plus Toros, el 28 de Enero
de 2016:
“Cuando
hablemos de maltrato animal tendríamos que precisar, porque si no podemos
llevar a confusión. Si yo tengo a un caballo sin darle de beber durante 7 días,
eso es maltrato animal. Pero si a un camello lo tengo 7 días sin beber, no es
maltrato animal, porque el camello puede aguantar muchísimo más tiempo. Si yo
tengo una cabra y la someto a 50 grados bajo 0 durante 48 horas, eso es
maltrato animal. Pero si yo pongo a un pingüino a 50 grados bajo 0 durante 48
horas, eso no es maltrato animal. Así podríamos seguir poniendo ejemplos. El
toro es un animal que por su sistema endocrino, por su sistema nervioso y por
su fisiología está especialmente diseñado para atacar. Es de los pocos animales
en la naturaleza que está especialmente diseñado para ello”.
En
este sentido, también habría que preguntarse si tener a un jilguero encerrado
en una jaula, o a un gato en un piso, no sería una forma de maltrato animal.
Por no hablar de tomar a un perro, ponerle un chaleco, un lacito y un gorro,
llevarle a la peluquería, al spa y a un cumpleaños para mascotas... Y por no
hablar del altísimo porcentaje de mascotas que son castradas por la propia
petición de los dueños. ¡El colmo del cinismo del movimiento animalista! Pero
claro, de eso no se habla. Esta cuestión no entra dentro de lo políticamente
correcto en el debate animalista. Cada castración reporta entre 90 y 300 euros
a la multimillonaria industria de la mascota. A su vez, esta industria tiene
grandes intereses en el propio apoyo económico a las organizaciones animalistas…
(ver apartado 16). Ahora bien, al margen de este oscuro entramado, en todos
estos casos se está tratando al animal de una forma contraria a su naturaleza.
Muy evidente en lo que atañe a las castraciones de mascotas. ¿Dónde está
realmente el maltrato animal?
¿Y
si hablamos de las granjas industriales? Cientos de animales estabulados en
espacios reducidos, sin apenas poder moverse. Engordados y cebados
artificialmente para aumentar su productividad. ¿Y si hablamos de la fiesta del
cordero? Cientos de corderos degollados de oreja a oreja, de tal manera que se
ahogan en su propia sangre. Dicho con todo el respeto hacia un rito religioso
ancestral y totalmente legítimo. Pero parece que los animalistas son bastante
cobardes a la hora de tocar ciertos temas y meterse en berenjenales que no les interesan.
Es más fácil atacar al mundo taurino, mucho más tolerante y pacífico.
La
clave del buen trato a los animales no es otra que tratar a cada especie de
acuerdo a su condición y naturaleza. Evidentemente, la naturaleza de un toro es
muy distinta a la de un perro, a la de un canario o a la de un lenguado. En el espectáculo
taurino, el animal es respetado y tratado conforme a su naturaleza. El toro
bravo no es una mascota ni un animal de compañía, sino un luchador, un animal
naturalmente dotado para el combate (ver apartado 17). Su fortaleza,
agresividad y fiereza ha maravillado al ser humano desde que ambos coexisten en
este planeta. Pero además, el toro bravo actual ha sido diseñado genéticamente
para la lidia, en un extraordinario proceso de selección llevado a cabo por los
ganaderos españoles durante más de 300 años. Esto explica las palabras de
Victorino Martín: “el toro es la gran
aportación de España a la zootecnia mundial”. Y un animal, además,
alimentado y preparado físicamente para la corrida durante varios años. Por
todo ello, la actitud propia en el toro es la lucha entregada, la embestida
celosa y encastada hasta llegar al límite de la propia extenuación física.
Podríamos
hablar nuevamente del gran umbral del dolor presente en el toro, que le aporta
una enorme resistencia natural ante los estímulos dolorosos. O de la mitigación
del dolor debida a sus adaptaciones fisiológicas durante la lidia, en virtud de
las peculiaridades de un sistema neuro-endocrino que lo diferencia del resto de
animales. Son aspectos demostrados científicamente a través de multitud de tesis
doctorales y estudios veterinarios. Pero estas cuestiones ya han sido
desarrolladas en el apartado 17. A él nos remitimos. Y en contrapartida con los
quince minutos de lucha entregada, el toro vive 4 ó 5 años en la libertad del
campo, con todos los cuidados y atenciones por parte de ganaderos y
veterinarios. Privilegio que pocas especies poseen. Recordemos además, que sólo
un pequeño porcentaje de las reses criadas en una ganadería de bravo son lidiadas
en la plaza. El resto permanecen en la dehesa para el mantenimiento y mejora de
la especie (ver apartado 7).
Pero
el hecho no es solamente que el toro sea tratado de acuerdo a su propia
naturaleza y condición. Es que además es respetado, venerado y casi idolatrado
por parte del aficionado taurino. El animalista intenta hacer creer a la
sociedad que los taurinos disfrutan con la sangre o con la muerte. Estos
comentarios conllevan un acto de manipulación malintencionado y denigrante.
Además de un error garrafal. Generalmente, los toreros y los taurinos en
general, son grandes amantes y grandes defensores de los animales. Por cierto,
defensores desde el conocimiento que proporciona su cría y manejo. Y no desde
las ideas preconcebidas de un animalismo urbano alejado de la realidad.
Ya se ha comentado que ningún aficionado
taurino va a los toros a ver sangre, padecimiento o muerte. La esencia del
espectáculo no es el dolor, sino la exaltación de la bravura del toro, el culto
a su propia existencia. Por eso a este animal se le venera de tal forma. Es el
único ser vivo que ha desarrollado esta cualidad tan compleja, cualidad que
encierra multitud de comportamientos y matices. No es objeto de este blog
penetrar en la naturaleza y misterios de la bravura. Para ello ya hay cientos
de libros y estudios. Pero es preciso recordar que lo que hace disfrutar al
aficionado es el comportamiento encastado y entregado de un animal que es admirado
como un verdadero tótem. Y junto a ello, la lucha ética e igualada que asume el
ser humano al arriesgar su propia vida frente a él. Más aún. De este
enfrentamiento milenario se deriva una extraordinaria dimensión estética,
artística, cultural y simbólica.
No
es sencillo comprender en profundidad la esencia de la tauromaquia, la
grandiosidad de este espectáculo y la gran riqueza de sus elementos,
manifestaciones y matices. Requiere de mucho tiempo y estudio. Y no es objeto
de este blog. Para ello hay miles de libros de contenido taurino. Libros,
documentales, reportajes, entrevistas… No obstante, en los siguientes apartados
intentaremos acercarnos a este complejo fenómeno, aunque sólo sea para poder
tener una visión general del hecho taurino y de su extraordinaria complejidad.
Y también para que quienes polemizan sobre este tema sin conocerlo puedan
percatarse de hasta qué punto llega su propia ignorancia.
Una
vez desmontado todo el entramado del movimiento animalista-antitaurino, ha
llegado el momento de introducirnos en la verdadera realidad del fenómeno
taurino. Aunque sea superficialmente. A ello dedicaremos los siguientes
apartados, sin duda los más agradables e interesantes de este blog. En primer
lugar, tras comprender que la tauromaquia no conlleva tortura ni maltrato,
pasaremos a analizar por qué sí es arte y es cultura.