La
discusión sobre si los animales poseen emociones, sentimientos o capacidad de
sufrimiento es un aspecto controvertido para los propios científicos. En muchos
casos, el mismo lenguaje provoca una serie equívocos, debido a la ambigüedad y
a las diferencias de significado que pueden atribuirse a determinadas palabras.
Un ejemplo de ello es la frecuente confusión entre los conceptos de “dolor” y
“sufrimiento”. Se tiende a equiparar el significado de ambos términos. Pero para
muchos pensadores son bien distintos. Esta confusión conceptual lleva a la
aceptación social de ambigüedades e inexactitudes en el lenguaje. A menudo los
animalistas ponen el grito en el cielo cuando escuchan que el animal no sufre.
Pero no es ninguna aberración. Se trata de un importante matiz lingüístico.
Fernando Savater y Francis Wolff lo aclaran perfectamente. El “dolor” es una
cosa; y el “sufrimiento”, otra.
El
dolor es un estímulo físico, una sensación molesta presente en todos los
animales que poseen un sistema nervioso desarrollado, incluyendo, por supuesto,
al toro, al oso, a la ballena, al perro o al hombre. Sin embargo, el
sufrimiento como tal supone la consciencia reflexiva del dolor, su procesamiento
cognitivo, para lo cual es necesario estar dotado de capacidad de razonamiento.
Para poder sufrir hay que ser capaz de extraer consecuencias de los hechos,
relacionar experiencias pasadas, inducir conclusiones, racionalizar
acontecimientos, etc. Por otra parte, debido a su capacidad de pensamiento
abstracto, el ser humano es el único animal capaz de ser consciente de su
propia muerte. Por todo ello, los animales podrán sentir dolor, más o menos
intenso, pero no “sufrir”. La capacidad de sufrimiento parece ser una cualidad
exclusiva del ser humano, al estar implicada su capacidad intelectual. No
obstante, se trata de una cuestión compleja y enrevesada, por la propia
ambigüedad del lenguaje.
La
prueba evidente de que el dolor y el sufrimiento son conceptos distintos está
en el hecho incuestionable de la propia subjetividad y relatividad del dolor,
fenómeno de especial interés para psicólogos y neurólogos. La incidencia del
dolor es diferente según la persona o animal que lo padezca. Pero es que
además, su percepción también lo es. El dolor tiene un componente psicológico,
que precisamente constituye la más clara muestra de la diferencia entre dolor y
sufrimiento.
Imágenes de www.elcerebrohabla.com y www.forosdelavirgen.org |
Los
psicólogos saben muy bien que la mente humana es la culpable de que transformemos
el dolor en sufrimiento. Incluso, que el cerebro tiene la capacidad de
incrementar o disminuir el dolor, en función de nuestra propia forma de pensar.
Y esto se ha comprobado, incluso, con pacientes que sufren enfermedades
dolorosas como la fibromialgia, quienes han conseguido reducir al mínimo su
dolor utilizando únicamente terapias de psicología cognitiva. A este respecto,
resultan de interés las palabras de Rafael Santandreu, uno de los psicólogos
cognitivos más destacados de nuestro país:
El
dolor está mediatizado por nuestra concepción del mismo. (…) El dolor es
subjetivo y depende de la interpretación que hagamos de él. (…) Una misma
persona puede experimentar mayor o menor dolor dependiendo de lo que se diga
acerca del mismo. (…)
Generalmente,
las personas amplificamos la sensación de dolor añadiéndole una parte
psicológica que puede llegar al 90% de lo que al final percibimos. Las
personas que no amplifican el dolor nos llaman la atención, parecen yoguis,
pero se trata de una capacidad que todos tenemos. La estrategia para conseguirlo
es perderle el miedo al dolor.
Evidentemente,
el animal carece de la capacidad intelectual que a nosotros nos permite
amplificar el dolor y transformarlo en sufrimiento En este sentido, todos los
seres vivos del planeta estamos expuestos al dolor, que de hecho es una parte
irrenunciable de la vida. Pero sólo el ser humano posee la capacidad de
abstracción necesaria para convertirlo en sufrimiento.
Para ejemplificar la relatividad del dolor y su independencia del concepto de sufrimiento podemos
utilizar algunos de los supuestos frecuentemente empleados por los psicólogos:
Imaginemos
que tenemos un fuerte dolor de muelas, que nos provoca un gran dolor y malestar.
Después de toda una tarde de padecimiento, decidimos tomar el coche para acudir
a urgencias. Pero, con la mala suerte de que por el camino atropellamos a un
niño. Evidentemente, nos llevamos un gran susto, acercamos al niño al hospital
y le acompañamos mientras le realizan todo tipo de pruebas. ¿Qué habrá pasado
en este tiempo con nuestro dolor de muelas? Posiblemente, el dolor seguirá
presente desde el punto de vista físico, pero nosotros ni siquiera nos
percataremos de él, debido a la atención que nos requiere la nueva situación.
Por lo tanto, la percepción del dolor de muelas y el propio sufrimiento derivado
de éste habrían desaparecido. Cambiando la suposición: si en vez de atropellar
a un niño, lo que ocurriera es que nos toca la lotería, posiblemente la
percepción del dolor de muelas y el sufrimiento provocado por éste también se
desvanecerían.
El
dolor que sufre un bebé de pocos meses al que le salen los dientes parece ser
inhumano. Sin embargo, aún no ha desarrollado su capacidad intelectual, por lo
que, en el momento en que el dolor desaparece, el bebé queda tranquilo. Puede
reír incluso a los pocos momentos. Y no se amarga la existencia pensando que el
dolor era terrible, o que puede volver de un momento a otro, como sí le
ocurriría a un adulto. Sencillamente, aún no ha desarrollado la capacidad de
abstracción necesaria para transformar el dolor en sufrimiento.
Siempre
escuché con sorpresa el caso de una anciana que, en su demencia, se cortó el
dedo en pedazos para echar de comer a sus gallinas. Posiblemente, el dolor físico
estaría presente. Pero su capacidad de sufrimiento habría desaparecido
paralelamente a su raciocinio. Todos estos casos nos muestran la relación entre
la capacidad de sufrimiento y la inteligencia. Lo cual pone seriamente en tela
de juicio la supuesta capacidad de sufrimiento de los animales. Evidentemente,
si el animal no dispone de capacidad intelectual, tampoco puede poseer la
capacidad de sufrimiento que se deriva de ella.
Otra
cosa es que sientan dolor, como cualquier vertebrado. Pero, por otra parte, la
percepción del dolor también varía dependiendo del organismo en cuestión y de la
propia especie animal. Todos sabemos perfectamente que, ante un mismo estímulo
doloroso, cada persona reacciona de una forma distinta. Hay personas que no
soportan un rasguño, mientras que otras resisten sin quejarse intensos dolores
musculares, de cabeza, de espalda… Hay quien ha pasado horas tolerando el dolor
de un hueso roto. Y los monjes medievales se auto-flagelaban a latigazos tan
felizmente.
Con
los animales ocurre exactamente lo mismo. El umbral del dolor es diferente en
cada especie. Si a un elefante le damos un fuerte palmetazo en el lomo,
posiblemente ni se inmute. Pero si se lo damos a un hámster, lógicamente la
reacción será distinta. Y la percepción del dolor, así como su capacidad para
soportarlo también varía de un animal a otro, aún dentro de la misma especie. En
el caso concreto del toro de lidia, existen evidencias científicas de que su
umbral del dolor es enorme. Esto quiere decir que un estímulo ha de ser muy
intenso para que el toro llegue a percibirlo como doloroso. Este fenómeno se
debe a las peculiaridades de su sistema neuro-endocrino, cuyo funcionamiento
difiere del de otros animales, como ha sido ampliamente demostrado en
diferentes estudios veterinarios.
www.taurotrainer.com y www.jedcasbio.blogspot.com |
Pero
además, existen en el campo veterinario una gran cantidad de trabajos de
investigación que analizan las adaptaciones fisiológicas del toro durante la
lidia. Es un hecho probado que el toro bravo, al comenzar a sangrar tras su
contacto con la puya, genera una serie de reacciones fisiológica que mitigan su
dolor y le preparan para la lucha. El cerebro del animal comienza a generar
beta-endorfinas, hormonas encargadas de bloquear los receptores del dolor. La
fortaleza de su naturaleza, junto con la activación hormonal y muscular que
experimenta durante la batalla, le permiten combatir el dolor, superarlo y
alejarse de cualquier atisbo de sufrimiento. Bien distinto sería si al toro no
se le matara en la plaza y tras su lidia hubiera que llevarlo al matadero, como
pretenden los antitaurinos y como ocurre en Portugal. El enfriamiento de las
heridas y la desactivación muscular y hormonal sí que provocaría que el dolor
del animal aumentara exponencialmente.
Imagen de www.taringa. |
Imagen de www.notiferias.blogspot.com |
Durante
la lidia, el toro verdaderamente bravo, después de sentir el contacto con la
puya, vuelve a embestir 2, 3 o incluso más veces al caballo. Y no lo hace
porque esté “acorralado” en el ruedo y esta sea su única defensa, como algunos
arguyen. El que es bravo vuelve a embestir al caballo, incluso a campo abierto.
Y el que no lo es rehúye al caballo, también dentro de la plaza. Después, la
res acomete una y otra vez hacia el hombre en el tercio de banderillas.
Banderillas cuyo arpón de pocos centímetros no supone un daño relevante para un
animal de más de 500 kilos. Posteriormente, el toro bravo y encastado es capaz
de perseguir la muleta una y otra vez, embistiendo con un gran celo y sentido
del terreno, movido por ese instinto tan sorprendente que se ha dado en llamar
bravura. Por otra parte, todas las fases
de la lidia tienen su función y justificación lógica. Incluso desde el punto de
vista del propio bienestar del animal. Pero no es objeto de este blog hacer un
tratado de tauromaquia, ni tampoco exponer las decenas de tesis y estudios
veterinarios sobre las adaptaciones fisiológicas del toro durante la lidia.
Imágenes tomadas de www.cornadasparatodos.blogspot.com |
El
toro bravo no es una mascota indefensa -como algunos piensan-, sino un animal
preparado, diseñado genéticamente para la lucha. Ésa es su naturaleza, la de un
auténtico guerrero. Y esto lo saben perfectamente los ganaderos, vaqueros y
mayorales que lo crían, o los hombres y mujeres que se han enfrentado alguna
vez a una res brava. Nadie mejor que ellos conoce la naturaleza y reacciones
del toro. Los estudios veterinarios sólo vienen a corroborar las evidencias de
la experiencia humana. Y por más escandalosa que sea la sangre, el dolor real del
toro es mitigado por su segregación hormonal y por su estado de activación
física. Como suele expresar el crítico taurino y licenciado en medicina Juan
Ramón Romero, posiblemente el toro bravo sea el que menos “sufre” de todas las
especies animales que son explotadas por el ser humano.
Imagen de www.marca.com |
Podríamos
poner un paralelismo con un boxeador. El boxeador es una persona entrenada,
preparada para la lucha. Y por lo tanto, la percepción del dolor en los golpes
que recibe es mucho menor que la que experimentaría cualquier otra persona que
recibiera los mismos golpes. Su umbral del dolor es mayor, como en el caso del
toro. Y además de ello, la adrenalina generada durante el combate en el ring y
su propia activación física le permiten permanecer enérgico, soportar mejor el
dolor y desvanecer cualquier atisbo de sufrimiento. Exactamente igual que
ocurre con el toro de lidia. Y lo mismo podríamos decir en el caso del corredor
de fondo, del ciclista, del campeón de natación, del gallo de pelea, del galgo
de carreras, etc. Aunque, sin ir más lejos, el paralelismo más claro está
precisamente en el torero, capaz de soportar física y psicológicamente el
grandísimo dolor que suponen las cornadas, y capaz de recuperarse y volver al
ruedo con una extraordinaria rapidez.
Sólo
tras analizar la diferencia entre el dolor y el sufrimiento, tras comprender la
fortaleza propia de la naturaleza del toro, tras percatarnos del gran umbral
que este animal posee en la percepción del dolor, y tras conocer las
adaptaciones fisiológicas que experimenta durante la lidia, es posible comenzar
a desmontar el mito de la tortura y el maltrato animal. Pero eso ya será objeto
de otro apartado.