17. EL CONCEPTO DE "SUFRIMIENTO". EL DOLOR EN EL TORO DE LIDIA.



La discusión sobre si los animales poseen emociones, sentimientos o capacidad de sufrimiento es un aspecto controvertido para los propios científicos. En muchos casos, el mismo lenguaje provoca una serie equívocos, debido a la ambigüedad y a las diferencias de significado que pueden atribuirse a determinadas palabras. Un ejemplo de ello es la frecuente confusión entre los conceptos de “dolor” y “sufrimiento”. Se tiende a equiparar el significado de ambos términos. Pero para muchos pensadores son bien distintos. Esta confusión conceptual lleva a la aceptación social de ambigüedades e inexactitudes en el lenguaje. A menudo los animalistas ponen el grito en el cielo cuando escuchan que el animal no sufre. Pero no es ninguna aberración. Se trata de un importante matiz lingüístico. Fernando Savater y Francis Wolff lo aclaran perfectamente. El “dolor” es una cosa; y el “sufrimiento”, otra.  

El dolor es un estímulo físico, una sensación molesta presente en todos los animales que poseen un sistema nervioso desarrollado, incluyendo, por supuesto, al toro, al oso, a la ballena, al perro o al hombre. Sin embargo, el sufrimiento como tal supone la consciencia reflexiva del dolor, su procesamiento cognitivo, para lo cual es necesario estar dotado de capacidad de razonamiento. Para poder sufrir hay que ser capaz de extraer consecuencias de los hechos, relacionar experiencias pasadas, inducir conclusiones, racionalizar acontecimientos, etc. Por otra parte, debido a su capacidad de pensamiento abstracto, el ser humano es el único animal capaz de ser consciente de su propia muerte. Por todo ello, los animales podrán sentir dolor, más o menos intenso, pero no “sufrir”. La capacidad de sufrimiento parece ser una cualidad exclusiva del ser humano, al estar implicada su capacidad intelectual. No obstante, se trata de una cuestión compleja y enrevesada, por la propia ambigüedad del lenguaje. 

La prueba evidente de que el dolor y el sufrimiento son conceptos distintos está en el hecho incuestionable de la propia subjetividad y relatividad del dolor, fenómeno de especial interés para psicólogos y neurólogos. La incidencia del dolor es diferente según la persona o animal que lo padezca. Pero es que además, su percepción también lo es. El dolor tiene un componente psicológico, que precisamente constituye la más clara muestra de la diferencia entre dolor y sufrimiento. 
Imágenes de www.elcerebrohabla.com y www.forosdelavirgen.org


Los psicólogos saben muy bien que la mente humana es la culpable de que transformemos el dolor en sufrimiento. Incluso, que el cerebro tiene la capacidad de incrementar o disminuir el dolor, en función de nuestra propia forma de pensar. Y esto se ha comprobado, incluso, con pacientes que sufren enfermedades dolorosas como la fibromialgia, quienes han conseguido reducir al mínimo su dolor utilizando únicamente terapias de psicología cognitiva. A este respecto, resultan de interés las palabras de Rafael Santandreu, uno de los psicólogos cognitivos más destacados de nuestro país:

El dolor está mediatizado por nuestra concepción del mismo. (…) El dolor es subjetivo y depende de la interpretación que hagamos de él. (…) Una misma persona puede experimentar mayor o menor dolor dependiendo de lo que se diga acerca del mismo.  (…) 


Generalmente, las personas amplificamos la sensación de dolor añadiéndole una parte psicológica que puede llegar al 90% de lo que al final percibimos. Las personas que no amplifican el dolor nos llaman la atención, parecen yoguis, pero se trata de una capacidad que todos tenemos. La estrategia para conseguirlo es perderle el miedo al dolor. 

Evidentemente, el animal carece de la capacidad intelectual que a nosotros nos permite amplificar el dolor y transformarlo en sufrimiento En este sentido, todos los seres vivos del planeta estamos expuestos al dolor, que de hecho es una parte irrenunciable de la vida. Pero sólo el ser humano posee la capacidad de abstracción necesaria para convertirlo en sufrimiento. 

Para ejemplificar la relatividad del dolor y su independencia del concepto de sufrimiento podemos utilizar algunos de los supuestos frecuentemente empleados por los psicólogos:

Imaginemos que tenemos un fuerte dolor de muelas, que nos provoca un gran dolor y malestar. Después de toda una tarde de padecimiento, decidimos tomar el coche para acudir a urgencias. Pero, con la mala suerte de que por el camino atropellamos a un niño. Evidentemente, nos llevamos un gran susto, acercamos al niño al hospital y le acompañamos mientras le realizan todo tipo de pruebas. ¿Qué habrá pasado en este tiempo con nuestro dolor de muelas? Posiblemente, el dolor seguirá presente desde el punto de vista físico, pero nosotros ni siquiera nos percataremos de él, debido a la atención que nos requiere la nueva situación. Por lo tanto, la percepción del dolor de muelas y el propio sufrimiento derivado de éste habrían desaparecido. Cambiando la suposición: si en vez de atropellar a un niño, lo que ocurriera es que nos toca la lotería, posiblemente la percepción del dolor de muelas y el sufrimiento provocado por éste también se desvanecerían. 

El dolor que sufre un bebé de pocos meses al que le salen los dientes parece ser inhumano. Sin embargo, aún no ha desarrollado su capacidad intelectual, por lo que, en el momento en que el dolor desaparece, el bebé queda tranquilo. Puede reír incluso a los pocos momentos. Y no se amarga la existencia pensando que el dolor era terrible, o que puede volver de un momento a otro, como sí le ocurriría a un adulto. Sencillamente, aún no ha desarrollado la capacidad de abstracción necesaria para transformar el dolor en sufrimiento. 

Siempre escuché con sorpresa el caso de una anciana que, en su demencia, se cortó el dedo en pedazos para echar de comer a sus gallinas. Posiblemente, el dolor físico estaría presente. Pero su capacidad de sufrimiento habría desaparecido paralelamente a su raciocinio. Todos estos casos nos muestran la relación entre la capacidad de sufrimiento y la inteligencia. Lo cual pone seriamente en tela de juicio la supuesta capacidad de sufrimiento de los animales. Evidentemente, si el animal no dispone de capacidad intelectual, tampoco puede poseer la capacidad de sufrimiento que se deriva de ella. 

Otra cosa es que sientan dolor, como cualquier vertebrado. Pero, por otra parte, la percepción del dolor también varía dependiendo del organismo en cuestión y de la propia especie animal. Todos sabemos perfectamente que, ante un mismo estímulo doloroso, cada persona reacciona de una forma distinta. Hay personas que no soportan un rasguño, mientras que otras resisten sin quejarse intensos dolores musculares, de cabeza, de espalda… Hay quien ha pasado horas tolerando el dolor de un hueso roto. Y los monjes medievales se auto-flagelaban a latigazos tan felizmente. 


Con los animales ocurre exactamente lo mismo. El umbral del dolor es diferente en cada especie. Si a un elefante le damos un fuerte palmetazo en el lomo, posiblemente ni se inmute. Pero si se lo damos a un hámster, lógicamente la reacción será distinta. Y la percepción del dolor, así como su capacidad para soportarlo también varía de un animal a otro, aún dentro de la misma especie. En el caso concreto del toro de lidia, existen evidencias científicas de que su umbral del dolor es enorme. Esto quiere decir que un estímulo ha de ser muy intenso para que el toro llegue a percibirlo como doloroso. Este fenómeno se debe a las peculiaridades de su sistema neuro-endocrino, cuyo funcionamiento difiere del de otros animales, como ha sido ampliamente demostrado en diferentes estudios veterinarios. 

www.taurotrainer.com y www.jedcasbio.blogspot.com
Pero además, existen en el campo veterinario una gran cantidad de trabajos de investigación que analizan las adaptaciones fisiológicas del toro durante la lidia. Es un hecho probado que el toro bravo, al comenzar a sangrar tras su contacto con la puya, genera una serie de reacciones fisiológica que mitigan su dolor y le preparan para la lucha. El cerebro del animal comienza a generar beta-endorfinas, hormonas encargadas de bloquear los receptores del dolor. La fortaleza de su naturaleza, junto con la activación hormonal y muscular que experimenta durante la batalla, le permiten combatir el dolor, superarlo y alejarse de cualquier atisbo de sufrimiento. Bien distinto sería si al toro no se le matara en la plaza y tras su lidia hubiera que llevarlo al matadero, como pretenden los antitaurinos y como ocurre en Portugal. El enfriamiento de las heridas y la desactivación muscular y hormonal sí que provocaría que el dolor del animal aumentara exponencialmente.  
Imagen de www.puertadeloscalifas.com

Imagen de www.taringa.
¡Pero entonces aceptamos que el toro siente dolor! Claro. Igual que la gacela que es devorada por el león, igual que la cebra que es cazada por un tigre, o igual que el perro que sufre una afección renal. El dolor está presente en la naturaleza y lo padecemos todos los seres vivos. Pero el toro, debido a su enorme resistencia ante los estímulos dolorosos y debido a las adaptaciones fisiológicas referidas, se repone al mismo, lo supera y lo enfrenta en un combate estimulante y adecuado a su condición. Los veterinarios que han estudiado este fenómeno manifiestan que la sensación dolorosa no parece ser interpretada por el toro como sufrimiento, sino como estímulo para el ataque.
Imagen de www.notiferias.blogspot.com

Durante la lidia, el toro verdaderamente bravo, después de sentir el contacto con la puya, vuelve a embestir 2, 3 o incluso más veces al caballo. Y no lo hace porque esté “acorralado” en el ruedo y esta sea su única defensa, como algunos arguyen. El que es bravo vuelve a embestir al caballo, incluso a campo abierto. Y el que no lo es rehúye al caballo, también dentro de la plaza. Después, la res acomete una y otra vez hacia el hombre en el tercio de banderillas. Banderillas cuyo arpón de pocos centímetros no supone un daño relevante para un animal de más de 500 kilos. Posteriormente, el toro bravo y encastado es capaz de perseguir la muleta una y otra vez, embistiendo con un gran celo y sentido del terreno, movido por ese instinto tan sorprendente que se ha dado en llamar bravura.  Por otra parte, todas las fases de la lidia tienen su función y justificación lógica. Incluso desde el punto de vista del propio bienestar del animal. Pero no es objeto de este blog hacer un tratado de tauromaquia, ni tampoco exponer las decenas de tesis y estudios veterinarios sobre las adaptaciones fisiológicas del toro durante la lidia. 
Imágenes tomadas de www.cornadasparatodos.blogspot.com

El toro bravo no es una mascota indefensa -como algunos piensan-, sino un animal preparado, diseñado genéticamente para la lucha. Ésa es su naturaleza, la de un auténtico guerrero. Y esto lo saben perfectamente los ganaderos, vaqueros y mayorales que lo crían, o los hombres y mujeres que se han enfrentado alguna vez a una res brava. Nadie mejor que ellos conoce la naturaleza y reacciones del toro. Los estudios veterinarios sólo vienen a corroborar las evidencias de la experiencia humana. Y por más escandalosa que sea la sangre, el dolor real del toro es mitigado por su segregación hormonal y por su estado de activación física. Como suele expresar el crítico taurino y licenciado en medicina Juan Ramón Romero, posiblemente el toro bravo sea el que menos “sufre” de todas las especies animales que son explotadas por el ser humano.

Imagen de www.marca.com
Podríamos poner un paralelismo con un boxeador. El boxeador es una persona entrenada, preparada para la lucha. Y por lo tanto, la percepción del dolor en los golpes que recibe es mucho menor que la que experimentaría cualquier otra persona que recibiera los mismos golpes. Su umbral del dolor es mayor, como en el caso del toro. Y además de ello, la adrenalina generada durante el combate en el ring y su propia activación física le permiten permanecer enérgico, soportar mejor el dolor y desvanecer cualquier atisbo de sufrimiento. Exactamente igual que ocurre con el toro de lidia. Y lo mismo podríamos decir en el caso del corredor de fondo, del ciclista, del campeón de natación, del gallo de pelea, del galgo de carreras, etc. Aunque, sin ir más lejos, el paralelismo más claro está precisamente en el torero, capaz de soportar física y psicológicamente el grandísimo dolor que suponen las cornadas, y capaz de recuperarse y volver al ruedo con una extraordinaria rapidez.  

Sólo tras analizar la diferencia entre el dolor y el sufrimiento, tras comprender la fortaleza propia de la naturaleza del toro, tras percatarnos del gran umbral que este animal posee en la percepción del dolor, y tras conocer las adaptaciones fisiológicas que experimenta durante la lidia, es posible comenzar a desmontar el mito de la tortura y el maltrato animal. Pero eso ya será objeto de otro apartado.