6. EL ANIMALISMO. UNA CORRIENTE ANTI-ECOLÓGICA.


El movimiento animalista se ha propagado bajo la falsa apariencia de corriente ecologista. Por eso, a menudo se confunde “animalismo” con “ecologismo”. Pero no tienen nada que ver. Incluso pueden ser conceptos totalmente contradictorios. A poco que se reflexione, el animalismo resulta ser en realidad una corriente totalmente anti-ecológica. Por el contrario, la tauromaquia constituye en sí misma una cultura ecológica, al favorecer la protección y preservación del medio ambiente como pocas otras actividades humanas. Analicemos. 

Tal como se explicó anteriormente, los postulados animalistas abogan por la absoluta “igualdad entre todos los animales”, pretendiendo obstaculizar al ser humano su derecho a utilizarlos y sacrificarlos, incluso con el fin de alimentarse. Con ello tratan de negar al hombre su condición de omnívoro y depredador. La paradoja es evidente: si todos los animales –incluyendo al hombre- deben considerarse como iguales, entonces ninguno de ellos tendría derecho a ser depredador y comerse a los demás. Con lo cual, habría que evitar que el tigre, el león, el tiburón, el lobo, el gato, el gorrión o el zorro mataran a otros animales y se alimentaran de ellos.
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Además de imposible, esto sería anti-ecológico, pues provocaría la propia destrucción del medio ambiente. Cualquier niño de 10 años conoce perfectamente las relaciones alimentarias entre las diferentes especies del ecosistema. El animal herbívoro se alimenta de hierba. El carnívoro, de la carne de otros animales. El depredador mata y se come a animales más pequeños. Las aves carroñeras se nutren de los animales muertos. Y las bacterias y hongos se encargan de descomponer los restos orgánicos de los cadáveres para que la tierra pueda fertilizarse. Gracias a ello, las plantas pueden crecer y servir nuevamente de alimento al animal herbívoro, completándose la cadena alimentaria. Está claro que al incidir sobre cualquiera de las especies se alteran estas relaciones, con el consiguiente desequilibrio que puede llegar a provocar la desaparición de todo el ecosistema. 
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Inevitablemente los animales se comen unos a otros; se destripan vivos. La naturaleza es así. Precisamente para que todas las especies puedan existir y puedan vivir. Por ello, la clave de la ecología y de la ética medioambiental no está en eliminar al depredador, sino en mantener el equilibrio alimentario del ecosistema. Lógicamente, al negarle al carnívoro y al depredador su propia condición de carnívoro y de depredador, se destruiría este equilibrio ecológico, con la consiguiente desaparición de todos los ecosistemas y de todas las especies de seres vivos del planeta. 
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Pues bien, el ser humano, desde que existe sobre la faz de la Tierra, ha sido depredador y omnívoro. Y precisamente éste ha sido uno de los factores que han permitido su gran desarrollo y su hegemonía sobre la naturaleza salvaje. No faltará quien arguya que “la inteligencia del hombre le convierte en un ser civilizado, por lo cual no debería matar ni alimentarse de otros animales”. Pero de este modo estaría utilizando una capacidad propia en su perjuicio. Y esto iría en detrimento de su propia especie, lo cual sería una consecuencia anti-ecológica. Cada especie tiende a buscar su propia supervivencia y autoprotección, para asegurarse su conservación y perpetuación. Este principio es precisamente lo que garantiza el equilibrio natural de las redes tróficas, que es la base del ecologismo. 
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Por otra parte, la pretendida prohibición animalista de la caza y de los espectáculos con animales también tendría unas consecuencias nefastas para el medio ambiente. La caza, dentro de una regulación adecuada, es beneficiosa para mantener el equilibrio. La prohibición de circos con animales ha llevado en algunos países al sacrificio de miles de animales criados por el hombre para este fin, así como al cese de su crianza. Y evidentemente, la prohibición de la tauromaquia acabaría conllevando la desaparición de una especie producida exclusivamente para la lidia. Pero no sólo eso. Provocaría también una catástrofe medioambiental. Veamos.

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El valor ecológico de la tauromaquia es incuestionable. En España hay más de 400.000 hectáreas de dehesa gracias a las cerca de 1.000 ganaderías dedicadas a la crianza del toro de lidia. Estos espacios constituyen un auténtico modelo de conservación del medio ambiente, de biodiversidad, de equilibrio ecológico y de bienestar animal. El toro es criado en libertad durante 4 ó 5 años, recibiendo todos los cuidados y atenciones asistenciales por parte de ganaderos y veterinarios. Sólo una pequeña proporción de los animales criados en una ganadería son enviados a la plaza para su lidia. Un gran parte permanece en la ganadería, teniendo por objeto la mejora de la especie. 

Pero, como explica André Viard, la muerte del toro en el coso es la condición para que la especie sobreviva. Una hipotética prohibición de la tauromaquia no sólo conllevaría la pérdida del toro de lidia como tal, sino también la desaparición de multitud de especies de flora y fauna que persisten en la dehesa ibérica al amparo del toro bravo. Y sin lugar a dudas, la propia desaparición de cientos de miles de hectáreas de dehesa que tienen su principal fundamento en el toro. Si la corrida desapareciese sería económicamente inviable la cría del toro y el mantenimiento del gran ecosistema natural que éste genera. Siguiendo a Viard, la corrida viene a ser el símbolo de la gestión respetuosa de una especie en su medioambiente. Es evidente que pocas actividades humanas colaboran tanto en la conservación y preservación del medio ambiente como la tauromaquia, que constituye una auténtica cultura ecológica. 
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El toro bravo, como tal, no es un animal de carne, aunque también ésta sea aprovechada para alimento humano. Se trata de un animal seleccionado genéticamente durante más de 300 años expresamente para el espectáculo taurino. Durante siglos, los ganaderos españoles han potenciado la cualidad exclusiva del toro de lidia: la bravura. Una cualidad que han desarrollado y moldeado a partir del instinto ofensivo presente ya en los ancestros del toro bravo actual: bos taurus ibéricus, bos primigenius o uro euroasiático... Por ello, se trata de una especie única en el mundo, con un legado genético de un valor incalculable. Pero además, estos ganaderos han conseguido consolidar dentro de la especie del toro bravo una gran variedad de encastes distintos. Esto supone una enorme riqueza en cuanto a diversidad biológica, ya que los rasgos genéticos de cada encaste están totalmente diferenciados y definidos. En palabras del veterinario y ganadero Victorino Martín García: la gran aportación de España a la zootecnia mundial es el toro de lidia.
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Hay algún que otro anti-taurino que se atreve a aventurar que bastaría con mantener a unos pocos toros en un espacio protegido para evitar su extinción. Este disparate sólo evidencia un desconocimiento absoluto de la realidad comentada. En primer lugar, porque sería inevitable la desaparición de la gran variedad de encastes del toro de lidia, que serían imposibles de mantener si no es en razón del espectáculo taurino. Pero además, porque la característica esencial y exclusiva de esta especie es la bravura, la cual también acabaría desapareciendo si no se mantuviera un proceso de selección orientado a la lidia. Cualquier ganadero sabe que la bravura termina diluyéndose al dejar a las reses al libre albedrío, por circunstancias algo más complejas de analizar. El ganadero Fernando Cuadri suele explicarlo perfectamente en conferencias y tertulias. No es objeto de este blog profundizar en ello. Pero es un hecho indiscutible que el valor del toro de lidia como especie estriba precisamente en esta cualidad de la bravura. 

Los supuestos “animalistas” reconocen abiertamente que prefieren la extinción del toro bravo (aún a costa de la catástrofe ecológica y medioambiental que esto provocaría) a la permanencia del espectáculo taurino. Otra paradoja más del animalismo. Evidentemente, esta actitud es inconcebible desde el punto de vista de la defensa de la ecología, y sólo puede explicarse en virtud de la fobia que sienten hacia la tauromaquia. Por cierto, la peculiar novela “El amor en la mano izquierda”, de Rodolfo Núñez, ejemplifica con una enorme agudeza las consecuencias que a menudo tienen sobre el medio ambiente las decisiones de los colectivos animalistas, ecologistas de despacho, que son producto de una sociedad urbanita y virtual, y que desconocen la realidad de un medio natural al que con frecuencia acaban perjudicando. Un libro que debería leer todo aquel que se considere “animalista”.  
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El verdadero animalismo consiste en el respeto a todo aquello que es propio a la naturaleza de cada especie. Es decir, en el respeto a su “animalidad”. Como más adelante analizaremos, lo natural en un toro bravo es la lucha entregada. El toro no es una mascota, sino un animal preparado genética y físicamente para la lidia. Ahora bien, quizás el hecho de tener a un canario encerrado en una jaula no responda tanto a la naturaleza del animal... Y no hablemos de tomar a un perro, castrarlo y encerrarlo en piso de 80 metros. ¿Dónde está el auténtico animalismo? ¿En qué consiste?

     El auténtico animalismo y el auténtico ecologismo es, por ejemplo, el de esos ganaderos que dedican su vida al contacto diario con el toro y su ecosistema. Personajes románticos que se dejan su alma y con frecuencia su dinero en el intento de mantener la singularidad de los encastes del toro bravo, frente a la pasividad de los gobernantes por la preservación de la variedad genética de este animal. Detrás de cada toro que defiende su casta brava en una plaza hay una comunidad entera de bovinos que, gracias a ello, gozan de una vida en libertad en el campo, junto a un sinfín de variedades de flora y fauna que perviven a su amparo en la dehesa. Mucho más se podría decir acerca del valor ecológico de la tauromaquia, pero no es objeto de este blog. Para ello hay centenares de libros, estudios, reportajes, etc. Basta echarles un vistazo para darse cuenta de que no hay nada más ecológico que la propia tauromaquia.   
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