El
movimiento animalista se ha propagado bajo la falsa apariencia de corriente
ecologista. Por eso, a menudo se confunde “animalismo” con “ecologismo”. Pero no
tienen nada que ver. Incluso pueden ser conceptos totalmente contradictorios. A
poco que se reflexione, el animalismo resulta ser en realidad una corriente
totalmente anti-ecológica. Por el contrario, la tauromaquia constituye en sí
misma una cultura ecológica, al favorecer la protección y preservación del
medio ambiente como pocas otras actividades humanas. Analicemos.
Tal
como se explicó anteriormente, los postulados animalistas abogan por la
absoluta “igualdad entre todos los animales”, pretendiendo obstaculizar al ser
humano su derecho a utilizarlos y sacrificarlos, incluso con el fin de
alimentarse. Con ello tratan de negar al hombre su condición de omnívoro y
depredador. La paradoja es evidente: si todos los animales –incluyendo al
hombre- deben considerarse como iguales, entonces ninguno de ellos tendría
derecho a ser depredador y comerse a los demás. Con lo cual, habría que evitar
que el tigre, el león, el tiburón, el lobo, el gato, el gorrión o el zorro
mataran a otros animales y se alimentaran de ellos.
Además
de imposible, esto sería anti-ecológico, pues provocaría la propia destrucción
del medio ambiente. Cualquier niño de 10 años conoce perfectamente las
relaciones alimentarias entre las diferentes especies del ecosistema. El animal
herbívoro se alimenta de hierba. El carnívoro, de la carne de otros animales.
El depredador mata y se come a animales más pequeños. Las aves carroñeras se
nutren de los animales muertos. Y las bacterias y hongos se encargan de
descomponer los restos orgánicos de los cadáveres para que la tierra pueda
fertilizarse. Gracias a ello, las plantas pueden crecer y servir nuevamente de
alimento al animal herbívoro, completándose la cadena alimentaria. Está claro que
al incidir sobre cualquiera de las especies se alteran estas relaciones, con el
consiguiente desequilibrio que puede llegar a provocar la desaparición de todo
el ecosistema.
Inevitablemente
los animales se comen unos a otros; se destripan vivos. La naturaleza es así. Precisamente
para que todas las especies puedan existir y puedan vivir. Por ello, la clave
de la ecología y de la ética medioambiental no está en eliminar al depredador,
sino en mantener el equilibrio alimentario del ecosistema. Lógicamente, al
negarle al carnívoro y al depredador su propia condición de carnívoro y de
depredador, se destruiría este equilibrio ecológico, con la consiguiente
desaparición de todos los ecosistemas y de todas las especies de seres vivos
del planeta.
Pues
bien, el ser humano, desde que existe sobre la faz de la Tierra, ha sido
depredador y omnívoro. Y precisamente éste ha sido uno de los factores que han
permitido su gran desarrollo y su hegemonía sobre la naturaleza salvaje. No
faltará quien arguya que “la inteligencia del hombre le convierte en un ser
civilizado, por lo cual no debería matar ni alimentarse de otros animales”. Pero
de este modo estaría utilizando una capacidad propia en su perjuicio. Y esto
iría en detrimento de su propia especie, lo cual sería una consecuencia
anti-ecológica. Cada especie tiende a buscar su propia supervivencia y
autoprotección, para asegurarse su conservación y perpetuación. Este principio
es precisamente lo que garantiza el equilibrio natural de las redes tróficas,
que es la base del ecologismo.
Por
otra parte, la pretendida prohibición animalista de la caza y de los
espectáculos con animales también tendría unas consecuencias nefastas para el
medio ambiente. La caza, dentro de una regulación adecuada, es beneficiosa para
mantener el equilibrio. La prohibición de circos con animales ha llevado en
algunos países al sacrificio de miles de animales criados por el hombre para
este fin, así como al cese de su crianza. Y evidentemente, la prohibición de la
tauromaquia acabaría conllevando la desaparición de una especie producida
exclusivamente para la lidia. Pero no sólo eso. Provocaría también una
catástrofe medioambiental. Veamos.
Imagen tomada de www.elmundo.es |
Pero, como explica André Viard, la muerte del toro en el coso es la condición para que la especie sobreviva. Una hipotética prohibición de la tauromaquia no sólo conllevaría la pérdida del toro de lidia como tal, sino también la desaparición de multitud de especies de flora y fauna que persisten en la dehesa ibérica al amparo del toro bravo. Y sin lugar a dudas, la propia desaparición de cientos de miles de hectáreas de dehesa que tienen su principal fundamento en el toro. Si la corrida desapareciese sería económicamente inviable la cría del toro y el mantenimiento del gran ecosistema natural que éste genera. Siguiendo a Viard, la corrida viene a ser el símbolo de la gestión respetuosa de una especie en su medioambiente. Es evidente que pocas actividades humanas colaboran tanto en la conservación y preservación del medio ambiente como la tauromaquia, que constituye una auténtica cultura ecológica.
Imagen de www.asoganorte.com |
Hay
algún que otro anti-taurino que se atreve a aventurar que bastaría con mantener
a unos pocos toros en un espacio protegido para evitar su extinción. Este
disparate sólo evidencia un desconocimiento absoluto de la realidad comentada.
En primer lugar, porque sería inevitable la desaparición de la gran variedad de
encastes del toro de lidia, que serían imposibles de mantener si no es en razón
del espectáculo taurino. Pero además, porque la característica esencial y
exclusiva de esta especie es la bravura, la cual también acabaría desapareciendo
si no se mantuviera un proceso de selección orientado a la lidia. Cualquier ganadero
sabe que la bravura termina diluyéndose al dejar a las reses al libre albedrío,
por circunstancias algo más complejas de analizar. El ganadero Fernando Cuadri
suele explicarlo perfectamente en conferencias y tertulias. No es objeto de
este blog profundizar en ello. Pero es un hecho indiscutible que el valor del
toro de lidia como especie estriba precisamente en esta cualidad de la bravura.
Los
supuestos “animalistas” reconocen abiertamente que prefieren la extinción del
toro bravo (aún a costa de la catástrofe ecológica y medioambiental que esto
provocaría) a la permanencia del espectáculo taurino. Otra paradoja más del
animalismo. Evidentemente, esta actitud es inconcebible desde el punto de vista
de la defensa de la ecología, y sólo puede explicarse en virtud de la fobia que
sienten hacia la tauromaquia. Por cierto, la peculiar novela “El amor en la mano izquierda”, de
Rodolfo Núñez, ejemplifica con una enorme agudeza las consecuencias que a
menudo tienen sobre el medio ambiente las decisiones de los colectivos
animalistas, ecologistas de despacho, que son producto de una sociedad urbanita
y virtual, y que desconocen la realidad de un medio natural al que con
frecuencia acaban perjudicando. Un libro que debería leer todo aquel que se
considere “animalista”.
El
verdadero animalismo consiste en el respeto a todo aquello que es propio a la
naturaleza de cada especie. Es decir, en el respeto a su “animalidad”. Como más
adelante analizaremos, lo natural en un toro bravo es la lucha entregada. El
toro no es una mascota, sino un animal preparado genética y físicamente para la
lidia. Ahora bien, quizás el hecho de tener a un canario encerrado en una jaula
no responda tanto a la naturaleza del animal... Y no hablemos de tomar a un
perro, castrarlo y encerrarlo en piso de 80 metros. ¿Dónde está el auténtico
animalismo? ¿En qué consiste?
El auténtico animalismo y
el auténtico ecologismo es, por ejemplo, el de esos ganaderos que dedican su
vida al contacto diario con el toro y su ecosistema. Personajes románticos que
se dejan su alma y con frecuencia su dinero en el intento de mantener la
singularidad de los encastes del toro bravo, frente a la pasividad de los
gobernantes por la preservación de la variedad genética de este animal. Detrás
de cada toro que defiende su casta brava en una plaza hay una comunidad entera
de bovinos que, gracias a ello, gozan de una vida en libertad en el campo,
junto a un sinfín de variedades de flora y fauna que perviven a su amparo en la
dehesa. Mucho más se podría decir acerca del valor ecológico de la tauromaquia,
pero no es objeto de este blog. Para ello hay centenares de libros, estudios,
reportajes, etc. Basta echarles un vistazo para darse cuenta de que no hay nada
más ecológico que la propia tauromaquia.
Imagen tomada de www.bullwatchcadiz.com |