A
lo largo de los apartados anteriores se han ido desmontando los presupuestos teóricos
del animalismo. Pero existe otro elemento cultural que está en la base de los movimientos
anti-taurinos, junto con la confrontación entre humanismo y animalismo o el seso
antropomórfico: la negación de la muerte propia de la sociedad contemporánea.
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La
antropología, en su estudio de las diferentes culturas y sociedades humanas,
nos muestra cómo el hecho de la muerte ha sido concebido y tratado de forma muy
diferente en cada época, cultura y sociedad. Cada civilización ha tenido una
forma distinta de valorar la muerte, generando sus propias creencias,
simbolismos y rituales funerarios. Pues bien, antropólogos como Marc Augé, Jean
Baudrillar o Philippe Ariès coinciden en señalar que en la sociedad actual
existe una marcada tendencia hacia la ocultación de la muerte, hacia la
negación de su presencia, convirtiéndola en un tabú. En palabras del historiador
Pierre Chaunu: “Al no poder expulsar a la
muerte de nuestra vida, se ha decretado que es vergonzosa, que es indigna de
nosotros, que debemos arrojarla de nuestra mente. La han excomulgado porque
pone en crisis todas las culturas hegemónicas de nuestro tiempo. Como no han
podido hacerle sitio, la han ocultado, proscrito y prohibido.”
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Pero,
por desagradable que pueda resultar, la muerte es un hecho natural e
inevitable, que forma parte irrenunciable de la vida. De hecho, la vida se
alimenta de la muerte. El orden natural de la vida sobre el planeta no
funcionaría sin el fenómeno de la muerte. La descomposición de los restos
orgánicos de los cadáveres es lo que permite la fertilización de la tierra, lo
cual es imprescindible para la existencia de las plantas. Sólo así se garantiza
el proceso natural de la cadena alimentaria. Sin embargo, la sociedad
contemporánea tiene a huir de todo aquello que tenga que ver con la muerte. Se
niega la muerte, se la maquilla, se la esconde, se la enmascara. Se le buscan infinidad
de eufemismos. Pero esta negación de la muerte, tal como señalan muchos
psicólogos, tiene unas consecuencias negativas sobre la salud mental y el
equilibrio psicológico de las personas.
Esta
tendencia parece derivarse de una especie de fantasía de inmortalidad en la que
vive el hombre contemporáneo y que, a su vez, procede del gran miedo a la
muerte que se ha instalado en la sociedad actual. Miedo que, por cierto, no era
tan marcado en otras épocas. Rafael Santandreu, uno de los psicólogos clínicos
más destacados de nuestro país, reflexiona en una entrevista televisiva sobre
este fenómeno, expresándose de esta forma:
Negamos
la muerte como nunca antes lo habíamos hecho en la historia de la humanidad.
Ese miedo habitual que tenemos a la muerte en la actualidad nos resta salud
emocional y salud mental. (…) Esta negación del hecho de la muerte es muy mala
a un nivel psicológico, pues cualquier negación de la realidad es perjudicial.
La muerte forma parte de la ecuación de la vida; no puedes quitarle esa parte.
De hecho, la muerte tiene un efecto muy benéfico, y es que ayuda a poner todo
en perspectiva. (…) La muerte, a nivel psicológico, es el gran desestresante.
(…)
Vivimos
en una especie de fantasía de inmortalidad porque al hombre se le ha metido
ahora en la cabeza que sería más bonito darle la espalda a este concepto. Es
como una idea hollywoodiense, estúpida, de Disney. (…) Lo hacemos por una moda,
como si fuese mejor dar la espalda a esto. Es muy importante, a nivel
psicológico, que aceptemos la muerte; la nuestra y la de los demás.
En
nuestra propia cultura, hace 100 ó 150 años, la muerte era concebida de una
forma más natural, aceptándola como parte integrante de la vida, como un hecho
inevitable que no hay que ocultar ni esconder. Los cementerios con frecuencia
se situaban en el centro de las ciudades. Cuando una persona fallecía, era
habitual velarla en la propia casa durante 2 ó 3 días. Los niños estaban
presentes en todo momento, tocaban al difunto, lo besaban, etc. Era habitual
que los propios familiares contribuyeran a amortajar al difunto y a enterrarlo.
Todo se hacía de una forma respetuosa y natural. Y ese contacto directo de las
personas con la muerte les proporcionaba una percepción realista de este
fenómeno, que a la vez repercutía en una visión más adecuada de la vida, al
comprender así su carácter fugaz, transitorio y pasajero. Incluso, los monjes practicaban
la meditatio mortis, reflexionando sobre
su propia muerte como medio para aceptarla, perderle el miedo y valorar más la vida.
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La
tendencia actual a la ocultación y negación de la muerte se refleja en
múltiples aspectos. Los familiares apenas tienen contacto con el finado, pues
son las empresas funerarias las que se encargan de todo el proceso. A los niños
a menudo se les impide ver y tocar al difunto, ante la creencia irracional de
que el contacto con la muerte podría ser para ellos algo traumático. Al difunto
se le entierra con una gran rapidez, en comparación con las prácticas funerarias
de un pasado reciente. Los cementerios y tanatorios se han apartado de las
ciudades. Los alejamos porque todo aquello que tiene que ver con la muerte
provoca miedo y rechazo en la sociedad, creyendo necesario esconderlo.
En
este sentido, resulta interesante otra observación del psicólogo Rafael
Santandreu:
En
Barcelona hay un tanatorio relativamente nuevo, que está cerca de la montaña,
separado de la ciudad. Yo he ido un par de veces y me he quedado sorprendido.
Es todo como muy zen, super fashion; con una arquitectura fenomenal, moderna;
ponen música ambiente de jazz; hay unos sillones de cuero maravillosos… Es como
un pub, da gusto estar allí. Al muerto ni le ves. Bueno, ¿pero esto qué es? ¡Es
la negación de la muerte total! ¿Por qué tanto miedo? ¿Por qué negarlo tanto?
Yo creo que deberíamos aproximarnos más al hecho de la muerte porque es
natural, porque es normal. Y tratarlo con mucha más normalidad.
También
en otras culturas, la muerte ha sido conceptualizada de una forma más natural.
Como este autor explica, los wikingos brindaban en cada banquete por su propia
muerte. En algunas civilizaciones ni siquiera se consideraba la muerte como
algo negativo, tratándose con respeto pero con mayor naturalidad.
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Es
curioso, por otra parte, el hecho de que las personas más influidas por esta
corriente que esconde la muerte suelan ser las más entusiastas de la festividad
de “Halloween”. Podríamos lanzar una
hipótesis sobre la explicación psicológica de este fenómeno. Quizás Halloween suponga una especie de válvula
de escape que evite que la negación de la muerte característica de la cultura
actual provoque un daño psicológico en el individuo. De este modo, toda esa
actitud de huida, negación y evitación del hecho de la muerte estallaría en
esta celebración, de manera que se canalizaría el miedo y la negación de la
muerte al convertirla durante un día en un espectáculo divertido y asumido
socialmente. Halloween, para estas
personas, sería una especie de catarsis que permitiría alcanzar el equilibrio
psicológico y evitar el daño mental que podría provocar la negación de la
muerte. Por eso a las personas mayores les extraña e incomoda la celebración de
esta fiesta tan extravagante. La cultura mediterránea tradicional, en la que se
han educado las personas de más edad, asume el hecho de la muerte con
naturalidad. Por eso, la celebración o ritualización de la muerte no necesita
para ellos de espectáculos tétricos ni de exageraciones. Y por este motivo, las
personas mayores no comprenden ni comparten la celebración de Halloween. Simplemente, porque no lo
necesitan, pues ya tienen una visión natural y psicológicamente saludable del
hecho de la muerte.
Otra
muestra de la negación de la muerte en la sociedad actual la tenemos al
observar la forma industrializada de matar a los animales de los que nos
alimentamos. Hoy en día, por regla general, las personas no solemos matar a los
animales que nos comemos, pero en un pasado reciente ésta era la práctica
habitual. En muchos pueblos de España, la matanza del cerdo era todo un acontecimiento
familiar, perfectamente establecido y normalizado culturalmente. Y esto
permitía a las personas estar más en contacto con el hecho natural de la
muerte.
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En la actualidad, este proceso ha sido ocultado, al igual que cualquier
otra referencia a la muerte. Ahora vamos al supermercado y compramos al pollo
envasado, envuelto en celofán, como si se tratara de un paquete de magdalenas.
No hay rastro de sangre ni de dolor. Como si nada hubiera muerto allí. Por
cierto, los que tanto hablan del supuesto maltrato animal deberían darse un
paseo por los mataderos industriales…
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Sólo
después de analizar esta tendencia a la negación de la muerte en la sociedad
actual puede comprenderse el rechazo a la tauromaquia por parte del movimiento
animalista. En el espectáculo taurino, la muerte se hace presente de una forma
real, visible, forma parte del rito y de la simbología de la corrida.
Precisamente es éste el elemento que aporta a la corrida gran parte de su valor
y autenticidad. Si no existiera en ella la muerte del toro y el peligro real de
muerte en el hombre, la corrida no tendría sentido, pues sólo sería una
pantomima. Pero, como más adelante explicaremos, no se trata de un espectáculo
de muerte, sino de vida. La corrida encarna de una forma real (a diferencia del
teatro o el cine) toda la simbología que encierra la vida, la muerte, el ser humano,
la naturaleza y la cultura, representando el triunfo de la inteligencia sobre
la violencia y de la vida sobre la muerte.
Los
colectivos animalistas-antitaurinos se escandalizan de que la muerte de un
animal forme parte integrante de un espectáculo cuya esencia y razón de ser
desconocen; del mismo modo que la sociedad actual huye y se esconde de forma
enfermiza de cualquier elemento que le recuerde el fenómeno natural e
inevitable de la muerte. Especialmente sensible se muestra gran parte de la
sociedad ante noticias e imágenes que tengan que ver con la muerte de animales.
Sin embargo, curiosamente, las imágenes reales de la muerte de seres humanos en
los telediarios se han instalado en la percepción colectiva como algo habitual
e insignificante.
No
hay más que asomarse a las redes sociales para comprobar que el dolor y la
muerte del animal genera reacciones mucho más contundentes que las que puedan
provocar la miseria, el sufrimiento y la muerte de las personas. Podríamos
buscar mil ejemplos. Pero simplemente me remito a los ya referidos en el
apartado 4: el perro “Excálibur”, la película “La Mula”, los comentarios en las
redes sociales de animalistas que desean la muerte a los toreros, etc. Todo
ello constituye un ejemplo muy claro de cómo en la sociedad actual
-especialmente en las nuevas generaciones- a menudo se coloca al animal por
encima del ser humano. Y nuevamente supone un reflejo del odio, la confusión y
la irracionalidad que han conseguido sembrar en el mundo actual los movimientos
animalistas. Lo peor de todo es que este odio ya ha pasado a la acción, a través
de actos de violencia, vandalismo y terrorismo. Pero esto ya es objeto del siguiente
apartado.
A
este respecto, cabe citar las palabras del maestro del torero Luis Francisco
Esplá, en el programa radiofónico “Asuntos Propios”:
“En
este espectáculo se da la muerte y por eso se convierte en un arte
terriblemente polémico en una sociedad que ha hecho abstracción de la muerte,
que tiene mucha aprensión a la muerte. Todo es a través de un cristal. La
muerte parece como si nos la hubieran desterrado de esta sociedad. Podemos
comer y no nos tiembla la cuchara viendo fusilar gente, como vemos en
televisión. Pero sin embargo, cuando vemos un espectáculo como éste en el que
la muerte es real, para la cual no hay ningún preservativo, sino que se puede
tocar, es tangible, y además la sangre tiene el color rojo de verdad de la
sangre, nos produce una conmoción tremenda”.