8. LA NEGACIÓN DE LA MUERTE EN LA CULTURA CONTEMPORÁNEA



A lo largo de los apartados anteriores se han ido desmontando los presupuestos teóricos del animalismo. Pero existe otro elemento cultural que está en la base de los movimientos anti-taurinos, junto con la confrontación entre humanismo y animalismo o el seso antropomórfico: la negación de la muerte propia de la sociedad contemporánea. 

Imagen de www.lalegal.cl
La antropología, en su estudio de las diferentes culturas y sociedades humanas, nos muestra cómo el hecho de la muerte ha sido concebido y tratado de forma muy diferente en cada época, cultura y sociedad. Cada civilización ha tenido una forma distinta de valorar la muerte, generando sus propias creencias, simbolismos y rituales funerarios. Pues bien, antropólogos como Marc Augé, Jean Baudrillar o Philippe Ariès coinciden en señalar que en la sociedad actual existe una marcada tendencia hacia la ocultación de la muerte, hacia la negación de su presencia, convirtiéndola en un tabú. En palabras del historiador Pierre Chaunu: “Al no poder expulsar a la muerte de nuestra vida, se ha decretado que es vergonzosa, que es indigna de nosotros, que debemos arrojarla de nuestra mente. La han excomulgado porque pone en crisis todas las culturas hegemónicas de nuestro tiempo. Como no han podido hacerle sitio, la han ocultado, proscrito y prohibido.” 

Imagen tomada de www.educastur.princast.es
Pero, por desagradable que pueda resultar, la muerte es un hecho natural e inevitable, que forma parte irrenunciable de la vida. De hecho, la vida se alimenta de la muerte. El orden natural de la vida sobre el planeta no funcionaría sin el fenómeno de la muerte. La descomposición de los restos orgánicos de los cadáveres es lo que permite la fertilización de la tierra, lo cual es imprescindible para la existencia de las plantas. Sólo así se garantiza el proceso natural de la cadena alimentaria. Sin embargo, la sociedad contemporánea tiene a huir de todo aquello que tenga que ver con la muerte. Se niega la muerte, se la maquilla, se la esconde, se la enmascara. Se le buscan infinidad de eufemismos. Pero esta negación de la muerte, tal como señalan muchos psicólogos, tiene unas consecuencias negativas sobre la salud mental y el equilibrio psicológico de las personas.  

Esta tendencia parece derivarse de una especie de fantasía de inmortalidad en la que vive el hombre contemporáneo y que, a su vez, procede del gran miedo a la muerte que se ha instalado en la sociedad actual. Miedo que, por cierto, no era tan marcado en otras épocas. Rafael Santandreu, uno de los psicólogos clínicos más destacados de nuestro país, reflexiona en una entrevista televisiva sobre este fenómeno, expresándose de esta forma:

Negamos la muerte como nunca antes lo habíamos hecho en la historia de la humanidad. Ese miedo habitual que tenemos a la muerte en la actualidad nos resta salud emocional y salud mental. (…) Esta negación del hecho de la muerte es muy mala a un nivel psicológico, pues cualquier negación de la realidad es perjudicial. La muerte forma parte de la ecuación de la vida; no puedes quitarle esa parte. De hecho, la muerte tiene un efecto muy benéfico, y es que ayuda a poner todo en perspectiva. (…) La muerte, a nivel psicológico, es el gran desestresante. (…) 


Vivimos en una especie de fantasía de inmortalidad porque al hombre se le ha metido ahora en la cabeza que sería más bonito darle la espalda a este concepto. Es como una idea hollywoodiense, estúpida, de Disney. (…) Lo hacemos por una moda, como si fuese mejor dar la espalda a esto. Es muy importante, a nivel psicológico, que aceptemos la muerte; la nuestra y la de los demás.    


En nuestra propia cultura, hace 100 ó 150 años, la muerte era concebida de una forma más natural, aceptándola como parte integrante de la vida, como un hecho inevitable que no hay que ocultar ni esconder. Los cementerios con frecuencia se situaban en el centro de las ciudades. Cuando una persona fallecía, era habitual velarla en la propia casa durante 2 ó 3 días. Los niños estaban presentes en todo momento, tocaban al difunto, lo besaban, etc. Era habitual que los propios familiares contribuyeran a amortajar al difunto y a enterrarlo. Todo se hacía de una forma respetuosa y natural. Y ese contacto directo de las personas con la muerte les proporcionaba una percepción realista de este fenómeno, que a la vez repercutía en una visión más adecuada de la vida, al comprender así su carácter fugaz, transitorio y pasajero. Incluso, los monjes practicaban la meditatio mortis, reflexionando sobre su propia muerte como medio para aceptarla, perderle el miedo y valorar más la vida. 

Imágenes tomadas de www.articulo.mercadolibre.com, www.blog.myheritage.es y www.lahornacina.com
Imágenes tomadas de www.oseantonioillanes.com, www.husmeandoporlared.com y www.pinterest.com


La tendencia actual a la ocultación y negación de la muerte se refleja en múltiples aspectos. Los familiares apenas tienen contacto con el finado, pues son las empresas funerarias las que se encargan de todo el proceso. A los niños a menudo se les impide ver y tocar al difunto, ante la creencia irracional de que el contacto con la muerte podría ser para ellos algo traumático. Al difunto se le entierra con una gran rapidez, en comparación con las prácticas funerarias de un pasado reciente. Los cementerios y tanatorios se han apartado de las ciudades. Los alejamos porque todo aquello que tiene que ver con la muerte provoca miedo y rechazo en la sociedad, creyendo necesario esconderlo. 



En este sentido, resulta interesante otra observación del psicólogo Rafael Santandreu:

En Barcelona hay un tanatorio relativamente nuevo, que está cerca de la montaña, separado de la ciudad. Yo he ido un par de veces y me he quedado sorprendido. Es todo como muy zen, super fashion; con una arquitectura fenomenal, moderna; ponen música ambiente de jazz; hay unos sillones de cuero maravillosos… Es como un pub, da gusto estar allí. Al muerto ni le ves. Bueno, ¿pero esto qué es? ¡Es la negación de la muerte total! ¿Por qué tanto miedo? ¿Por qué negarlo tanto? Yo creo que deberíamos aproximarnos más al hecho de la muerte porque es natural, porque es normal. Y tratarlo con mucha más normalidad.


También en otras culturas, la muerte ha sido conceptualizada de una forma más natural. Como este autor explica, los wikingos brindaban en cada banquete por su propia muerte. En algunas civilizaciones ni siquiera se consideraba la muerte como algo negativo, tratándose con respeto pero con mayor naturalidad. 

Imagen tomada de www.fiesta.uncomo.com
Es curioso, por otra parte, el hecho de que las personas más influidas por esta corriente que esconde la muerte suelan ser las más entusiastas de la festividad de “Halloween”. Podríamos lanzar una hipótesis sobre la explicación psicológica de este fenómeno. Quizás Halloween suponga una especie de válvula de escape que evite que la negación de la muerte característica de la cultura actual provoque un daño psicológico en el individuo. De este modo, toda esa actitud de huida, negación y evitación del hecho de la muerte estallaría en esta celebración, de manera que se canalizaría el miedo y la negación de la muerte al convertirla durante un día en un espectáculo divertido y asumido socialmente. Halloween, para estas personas, sería una especie de catarsis que permitiría alcanzar el equilibrio psicológico y evitar el daño mental que podría provocar la negación de la muerte. Por eso a las personas mayores les extraña e incomoda la celebración de esta fiesta tan extravagante. La cultura mediterránea tradicional, en la que se han educado las personas de más edad, asume el hecho de la muerte con naturalidad. Por eso, la celebración o ritualización de la muerte no necesita para ellos de espectáculos tétricos ni de exageraciones. Y por este motivo, las personas mayores no comprenden ni comparten la celebración de Halloween. Simplemente, porque no lo necesitan, pues ya tienen una visión natural y psicológicamente saludable del hecho de la muerte. 

Otra muestra de la negación de la muerte en la sociedad actual la tenemos al observar la forma industrializada de matar a los animales de los que nos alimentamos. Hoy en día, por regla general, las personas no solemos matar a los animales que nos comemos, pero en un pasado reciente ésta era la práctica habitual. En muchos pueblos de España, la matanza del cerdo era todo un acontecimiento familiar, perfectamente establecido y normalizado culturalmente. Y esto permitía a las personas estar más en contacto con el hecho natural de la muerte. 
Imágenes tomadas de www.elpais.com, www.uv.es y www.sp.ideal.es

En la actualidad, este proceso ha sido ocultado, al igual que cualquier otra referencia a la muerte. Ahora vamos al supermercado y compramos al pollo envasado, envuelto en celofán, como si se tratara de un paquete de magdalenas. No hay rastro de sangre ni de dolor. Como si nada hubiera muerto allí. Por cierto, los que tanto hablan del supuesto maltrato animal deberían darse un paseo por los mataderos industriales… 




Imagen de www.josemitoros.blogspot.com
Sólo después de analizar esta tendencia a la negación de la muerte en la sociedad actual puede comprenderse el rechazo a la tauromaquia por parte del movimiento animalista. En el espectáculo taurino, la muerte se hace presente de una forma real, visible, forma parte del rito y de la simbología de la corrida. Precisamente es éste el elemento que aporta a la corrida gran parte de su valor y autenticidad. Si no existiera en ella la muerte del toro y el peligro real de muerte en el hombre, la corrida no tendría sentido, pues sólo sería una pantomima. Pero, como más adelante explicaremos, no se trata de un espectáculo de muerte, sino de vida. La corrida encarna de una forma real (a diferencia del teatro o el cine) toda la simbología que encierra la vida, la muerte, el ser humano, la naturaleza y la cultura, representando el triunfo de la inteligencia sobre la violencia y de la vida sobre la muerte. 


Los colectivos animalistas-antitaurinos se escandalizan de que la muerte de un animal forme parte integrante de un espectáculo cuya esencia y razón de ser desconocen; del mismo modo que la sociedad actual huye y se esconde de forma enfermiza de cualquier elemento que le recuerde el fenómeno natural e inevitable de la muerte. Especialmente sensible se muestra gran parte de la sociedad ante noticias e imágenes que tengan que ver con la muerte de animales. Sin embargo, curiosamente, las imágenes reales de la muerte de seres humanos en los telediarios se han instalado en la percepción colectiva como algo habitual e insignificante. 


A este respecto, cabe citar las palabras del maestro del torero Luis Francisco Esplá, en el programa radiofónico “Asuntos Propios”:

“En este espectáculo se da la muerte y por eso se convierte en un arte terriblemente polémico en una sociedad que ha hecho abstracción de la muerte, que tiene mucha aprensión a la muerte. Todo es a través de un cristal. La muerte parece como si nos la hubieran desterrado de esta sociedad. Podemos comer y no nos tiembla la cuchara viendo fusilar gente, como vemos en televisión. Pero sin embargo, cuando vemos un espectáculo como éste en el que la muerte es real, para la cual no hay ningún preservativo, sino que se puede tocar, es tangible, y además la sangre tiene el color rojo de verdad de la sangre, nos produce una conmoción tremenda”.

No hay más que asomarse a las redes sociales para comprobar que el dolor y la muerte del animal genera reacciones mucho más contundentes que las que puedan provocar la miseria, el sufrimiento y la muerte de las personas. Podríamos buscar mil ejemplos. Pero simplemente me remito a los ya referidos en el apartado 4: el perro “Excálibur”, la película “La Mula”, los comentarios en las redes sociales de animalistas que desean la muerte a los toreros, etc. Todo ello constituye un ejemplo muy claro de cómo en la sociedad actual -especialmente en las nuevas generaciones- a menudo se coloca al animal por encima del ser humano. Y nuevamente supone un reflejo del odio, la confusión y la irracionalidad que han conseguido sembrar en el mundo actual los movimientos animalistas. Lo peor de todo es que este odio ya ha pasado a la acción, a través de actos de violencia, vandalismo y terrorismo. Pero esto ya es objeto del siguiente apartado.