A
los colectivos animalistas-antitaurinos no les ha bastado con los actos de
violencia, vandalismo y terrorismo ya referidos en el apartado 9. Tampoco les
ha bastado con proyectar hacia la sociedad una imagen distorsionada y
manipulada de la tauromaquia, en un intento de convertirla en un asunto
polémico y susceptible de cuestionarse socialmente. Tampoco les ha bastado con
esa desafortunada pretensión de identificar la tauromaquia con el maltrato
animal. Ni con las graves acusaciones vertidas hacia aficionados y
profesionales del mundo del toro: acusaciones de asesinos, bárbaros, violentos,
sádicos, torturadores, crueles, maltratadores… (ver apartado 10).
No
bastando con todo ello, el animalismo ha lanzado una serie de bulos, tópicos y falsedades
que denigran de forma mezquina la cultura y el arte taurinos, dañando los
sentimientos de millones de personas que son aficionados a la tauromaquia en
todo el mundo. Una montaña de mentiras para cuyo desarme sólo hace falta un
mínimo de análisis y reflexión. Sin embargo, es incuestionable que nuestra
sociedad es más propensa a dejarse llevar por la apariencia, por la polémica
falaz, por la acusación perversa y por la etiqueta breve que por el sano hábito
de la reflexión, del análisis profundo y del respeto a la opinión del
contrario.
Uno
de los disparates más denigrantes lanzados por este colectivo es el de las
supuestas acciones perversas realizadas a las reses antes de llevar a cabo su
lidia. Como ejemplo de ello, reproducimos textualmente las palabras de una
joven manifestante antitaurina mallorquina, emitidas en el programa televisivo Kikiriki, de Canal Plus Toros, el 29-Octubre-2015. No tienen desperdicio:
“Lo
que sí que sé es lo que le pasa al toro cuando llega aquí, es decir, las 24
horas antes de la corrida. (…) Los dejan a oscuras toda la noche, les cuelgan
del cuello bolsas pesadas para tenerlos cansados, les golpean los testículos y
el hígado, antes de salir les ponen vaselina o grasa en los ojos para tener
dificultad de visión, les ponen sulfitos en el agua que están bebiendo durante
todo el día anterior. Y les ponen aguarrás en las pezuñas para que les quemen y
de esta forma estén alterados, de manera que cuando salen al ruedo tienen esa
imagen fiera de un toro salvaje con instinto asesino”.
Evidentemente,
si esta inocente criatura es capaz de creerse todo eso me parece absolutamente normal
que sea antitaurina. Cualquiera que se lo creyera lo sería. Hasta el mismísimo
Lagartijo. Lo triste es que haya personas tan cándidas y tan desinformadas. Y
que haya incluso escritores que inventen y respalden patrañas similares. No
procede dedicar ni una palabra a desmentir semejantes payasadas. Ni siquiera me
voy a remitir a autores como Fernando Savater, Francis Wolff, François
Zumbiehl... Simplemente me remito a los reglamentos taurinos vigentes, tanto al
nacional como a cualquiera de los reglamentos autonómicos. Ojo. Lo cual no
quiere decir que los reglamentos se cumplan al 100%. Pero los fraudes del
taurinismo son otros: el afeitado, la lidia de utreros adelantados, el amañado
del sorteo, etc.
Otro
de los bulos lanzados al viento afirma que “los taurinos son gente de derechas,
rancios, incultos, retrógradas y casposos, que van con su gorra y su puro a ver
un espectáculo arcaico y anacrónico, propio del franquismo, inadmisible en una
sociedad civilizada.” Desde luego no es fácil sintetizar tantos disparates en
tan pocas palabras. Siempre hubo quien tuvo cierta propensión a hacer
exhibiciones públicas de su propia ignorancia.
Analicemos:
Imagen tomada de www.elprogreso.galiciae.com |
Imagen de www.mundotoro.tv |
Dejemos
a un lado lo de la gorra y el puro. Un argumento tan ilustre no merece siquiera
el esfuerzo de detenerse en él. Ahora bien, cualquiera que haya frecuentado los
cosos taurinos habrá visto en los toros a gentes muy variopintas, vestidas de
todas las formas y estilos imaginables: con chándal, con zapatillas, con
vaqueros, con traje de chaqueta, con camisas hawaianas, con chanclas playeras,
con bermudas, con gorras americanas, con melenas, con coletas, con crestas, con
rastas, con disfraces de carnaval, con gafas de sol, con gafas sin cristales...
Imagino que también habrá gente que irá a la plaza con tanga, con bragas sabor
frambuesa, con calzoncillos de Mickey Mouse o con calcetines del Barça. Como a
cualquier sitio.
La
acusación de espectáculo arcaico, anacrónico, propio del franquismo e
inadmisible en una sociedad civilizada sí que merece un par de párrafos. Vamos
a ver. La tauromaquia, entendida en sentido amplio, es un fenómeno cultural de
raíces milenarias. Y una manifestación universal. Muy sucintamente: existen
evidencias de que ya en el paleolítico, el ser humano consideraba al toro como
un animal totémico, situándolo en el grado de divinidad susceptible de
adoración y veneración. A lo largo de la historia, las diferentes
civilizaciones y culturas humanas han desarrollado una gran diversidad de
mitos, juegos y rituales basados en el enfrentamiento del hombre con el toro:
su caza, su sacrificio mágico y ritual, su burla o sorteo, su enfrentamiento
cara a cara, su desafío, su dominación o sometimiento, etc. Estos rituales y
espectáculos ancestrales tuvieron especial preponderancia en toda la cuenca del
Mediterráneo. Todos los pueblos que se asentaron en la Península Ibérica
desarrollaron formas de tauromaquias ancestrales: celtas, vascones, iberos,
fenicios, romanos, musulmanes… -Por cierto, es poco probable que en esas épocas
ya hubiera nacido Franco… ¿verdad?- Con el correr de los siglos, fueron España,
Francia, Portugal e Iberoamérica los países que conservaron la actividad
taurina.
A
lo largo de la historia, todas estas prácticas, juegos y ritos taurinos han ido
evolucionando, adaptándose a las circunstancias históricas de cada lugar y de
cada época. Exactamente igual que ha ocurrido con el resto de manifestaciones
artísticas: la música, la pintura, la literatura… De este modo, la corrida de
toros moderna llega al siglo XXI perfectamente adaptada a su tiempo.
Evidentemente, en algunos aspectos aún seguirá evolucionando y transformándose,
en función de las demandas de los aficionados, del público taurino y de los
profesionales del sector, como es lógico.
Imagen de www.cultura.elpais.com |
En este sentido, vienen a colación
las palabras del gran aficionado José Vega, extraídas de su Carta a un antitaurino: “(…) no existe una modernidad verdadera, sino
una pluralidad de modernidades, tantas como culturas existen en este mundo (…)
Permíteme que emita mi juicio al decirte que tu antitaurinismo es el verdadero
antimodernismo al ser antiaperturista hacia otras sensibilidades (…)”
La
vigencia del espectáculo taurino en nuestros días se refleja claramente en
cifras objetivas. El número de personas partidarias de la tauromaquia en nuestro
país varía según la fuente de las encuestas; pero en cualquier caso, suponen bastantes
millones de ciudadanos. Los toros son el 2º espectáculo de masas en España, sólo
detrás del fútbol. Anualmente asisten a corridas de toros alrededor de 6
millones de personas en nuestro país. Cifra muy superior a la de espectáculos
como el cine, el teatro, el baloncesto o el balonmano. Pensemos que, solamente
en Madrid, durante la feria de San Isidro acuden a los toros una media de
20.000 personas diarias durante 25 ó 30 días seguidos. Por no hablar de la gran
aportación económica que la tauromaquia supone para las arcas del estado… Para
eso ya hay otros blogs, estudios económicos, etc.
Imagen tomada de www.larazondigital.com |
Por
supuesto que se trata de un espectáculo admisible, legítimo y propio de una
sociedad civilizada. La licitud de la tauromaquia desde el punto de vista ético
es una evidencia que se desprende de todo este blog, pero que será abordada
posteriormente. Por otra parte, más allá de ser un espectáculo ético, la
tauromaquia es una fuente de valores universales (ver apartados 19 y 20). Aunque,
para profundizar en la dimensión ética de la tauromaquia, lo mejor es leer a André
Viard, a Fernando Savater, a Francis Wolff, a François Zumbiehl...
Y,
sin lugar a dudas, un espectáculo culto. Muy culto. Basta recordar las célebres
palabras de García Lorca: “los toros son
la fiesta más culta que hay en el mundo”. Y Lorca conocía el tema taurino
bastante más que quienes lo denigran desde la ignorancia. Cultos han sido los
cientos de aficionados taurinos de la talla de Góngora, Cervantes, Picasso,
Goya, Dalí, Zuloaga, Galdós, Neruda, Valle Inclán, Pérez de Ayala, Benavente,
Machado, Hernández, Gómez de la Serna, Hemimwey, Ortega y Gasset, Cela, Vargas
Llosa… (ver apartado 2). Como cultos son los cientos de intelectuales y artistas
que defienden el arte taurino en la actualidad.
Evidentemente,
quien se acerque a un coso taurino observará que entre los aficionados hay
personas de todas las edades y con más o menos cultura. En los tendidos de una
plaza -al igual que en las gradas de un estadio de fútbol- podemos encontrar a
personas sin estudios (lo cual no significa en absoluto que tengan menor
cultura). Pero también podemos encontrar a maestros, médicos, veterinarios, arquitectos,
periodistas, abogados, ingenieros, profesores de universidad, catedráticos,
etc. Quien aún cuestione la evidencia de la dimensión cultual de la tauromaquia
puede acercarse a los más de 28.000 libros publicados sobre temas taurinos. De
hecho, el llegar a ser un buen aficionado requiere de muchos años de
experiencia, de lectura, de asistencia a corridas, de observación... Y de mucha
capacidad de análisis y reflexión para poder comprender en profundidad los
entresijos técnicos y artísticos de un fenómeno tan complejo (ver apartados 19
y 20).
El
animalismo también ha lanzado la patraña de que el espectáculo taurino es
perjudicial para los niños, porque supuestamente genera violencia. Un invento
que ha calado en muchas personas que se han dejado llevar por una sensiblería
ignorante. Ahí están los estudios de la Universidad Complutense de Madrid, que
demuestran que la tauromaquia no provoca ningún tipo de daño psicológico en los
menores. Por cierto, dichos estudios concluyeron también que cualquier
telediario puede resultar bastante más pernicioso para los niños… De todas
maneras, para llegar a estas conclusiones no hace falta recurrir a la ciencia.
Lo demuestra la experiencia y el sentido común. Muchas generaciones han crecido
viendo corridas de toros desde niños y esto para nada les ha convertido en
personas violentas o traumatizadas. Más bien al contrario. Entre los
aficionados taurinos, además de gente muy culta, hay mucha gente de bien.
Personas pacíficas, de una gran bondad, humanidad y solidaridad. Pretender
afirmar lo contrario no sólo supone un enorme desconocimiento taurino, sino una
gran ignorancia social. Y es que, pese a quien pese, el espectáculo taurino
encierra un enorme potencial pedagógico en la transmisión de valores universales.
El
simpático tópico que sitúa la tauromaquia en la derecha y demás connotaciones
políticas resulta tan sustancioso que merece la pena dejarlo para el siguiente
apartado…