2. CUANDO SE OPINA SIN CONOCER A FONDO...



"Tu nivel más alto de ignorancia es cuando rechazas algo de lo cual no sabes nada"
Wayne Dyer, Doctor en Psicología




No sé hasta qué punto algunas personas son conscientes del ridículo tan tremendo que se hace cuando se opina sobre un tema sin conocerlo a fondo. Esto es algo que uno descubre de pequeño sin que nadie se lo enseñe. Simplemente, observando a quienes se atreven a hablar de todo y a dar lecciones a cualquiera con una gran elocuencia y vehemencia, aunque no tengan ni idea de lo que dicen. Por eso, al final uno se inclina por los sujetos prudentes, que callan y escuchan cuando no conocen un tema a fondo. Es la única manera de aprender y forjar poco a poco un criterio más o menos sólido. 

Imagen tomada de www.blogs.elpais.com
Sin embargo, es habitual en este país que todo el mundo opine sobre cualquier tema, aunque no lo conozca. Y si además se polemiza pues mucho mejor. La moda consiste en polemizar sobre lo que sea y a cualquier precio. ¿Qué otro objeto tienen las redes sociales? Cuanto más se polemiza, mayor “popularidad”. Y más pasta se cobra en ese estercolero de la tele-bazofia. Ahora bien, el ridículo que se hace polemizando sobre un tema que se desconoce ante millones de personas (que sí que pueden conocer dicho tema) es verdaderamente grotesco. Y en este país hay muchísima gente que sabe de toros -algo, poco o mucho- a pesar del trillado proverbio belmontino de que “los verdaderos aficionados caben en un autobús”.    

Han sido muchos los intelectuales, profesores, catedráticos de universidad, académicos, literatos, premios nobeles y artistas de todo género que, a través del tiempo, han resaltado la faceta cultural y artística de la tauromaquia. Y lo han hecho desde el conocimiento profundo del fenómeno taurino. En este sentido, resulta ridícula esa actitud de quienes pretenden negar esta condición de cultura y de arte desde la total ignorancia y desconocimiento sobre el tema. 
 
De entre los cientos de artistas e intelectuales taurinos cabe citar -como simple muestra- a Goya, Picasso, Dalí, Manet, Zuloaga, Sorolla, Cervantes, Góngora, Calderón, Galdós, Bécquer, Neruda, García Lorca, Valle Inclán, Pérez de Ayala, Jacinto Benavente, Antonio y Manuel Machado, Miguel Hernández, Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Gerardo Diego, José Bergamín, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, García Márquez, Blasco Ibáñez, Jean Cau, Ortega y Gasset, Gómez de la Serna, Zúñiga, Espinel, Pemán, Madariaga, Fernández de Moratín, Jean Cocteau, Hemimwey, Orson Weills, Tierno Galván, Menéndez Pelayo, Chaves Nogales, Américo Castro, Camilo José Cela, y un larguísimo etc. 
Imagen tomada de www.elartetaurino.com

Imagen tomada de www.elartetaurino.com
Dentro de la intelectualidad de nuestro tiempo, podemos mencionar a Vargas Llosa, Savater, Gustavo Bueno, Gómez Pin, Sánchez Dragó, Humberto Peraza, Antonio Gala, Fernando Botero, Albert Boadella, Andrés Amorós, Fernando Claramunt, Salvador Boix… Y entre los artistas, cineastas, periodistas, deportistas y rostros de la pantalla podemos citar a Jaime Urrutia, Joaquín Sabina, Joan Manuel Serrat, Joaquín Calamardo, Caco Senante, Chayanne, Madonna, Bertín Osborne, Alejandro Sanz, Miguel Poveda, José Mercé, Paz Vega, Juan Echanove, Imanol Arias, Jorge Sanz, Antonio Resines, Agustín Díaz Yanes, Jaime de Armiñán, Antonio Banderas, Pedro Almodóvar, Mercedes Milá, Ángel Casas, José Ramón de la Morena, Antonio Burgos, Ángels Barceló, Carlos Herrera, Luis del Olmo, Pedro Piqueras, Matías Prats, José Ribagorda, Miquel Barceló, Ramón García, Xavier Sardá, Marina Castaño, Fonsi Nieto, Iker Casillas, Sergio Ramos, Raúl, Cristiano Ronaldo, Salgado, Feliciano López, etc. Según la lógica antitaurina, todos ellos son unos salvajes, unos bárbaros, unos sádicos, unos violentos y unos seres sin sensibilidad ni compasión. 

Uno puede preguntarse cómo se sentirían quienes se dedican a polemizar contra los toros desde la ignorancia si por un momento fueran conscientes de los disparates que salen de sus bocas. Pero es evidente que para que fueran conscientes de ello primero habrían de adquirir un bagaje de conocimiento al que por sistema renuncian. Dicen que la ignorancia siempre fue muy atrevida. Está claro que todo el mundo tiene derecho a opinar libremente sobre cualquier tema. Pero cuando no se tienen unos conocimientos mínimos sobre algo, lo más prudente es que la opinión personal se limite a un “me gusta” o “no me gusta”. 

Yo no sé absolutamente nada de fútbol. Nunca me ha interesado. Por lo tanto, mi opinión acerca de este deporte se limita a un “no me gusta”. Pero no me considero con derecho a emitir un juicio sobre el fútbol; y mucho menos a polemizar acerca de ello. Igual me ocurre con la Fórmula 1, con el boxeo, con las peleas de gallos y con el cultivo del caracol pirenaico. Y soy consciente de que no debo emitir un juicio de valor sobre ninguna de estas actividades desde mi ignorancia de las mismas. Está claro el ridículo que yo haría si me pusiera a discutir sobre fútbol con Vicente del Bosque. Una cosa es la libertad de expresión y otra muy distinta querer hacer el ridículo.



En la inmensa mayoría de los casos, como ya se ha dicho, los conocimientos sobre tauromaquia que tiene el anti-taurino son prácticamente nulos. Incido en que puedo asegurarlo porque he leído y escuchado a muchos, y en que la mayoría tienen sobre los toros la imagen distorsionada y manipulada que el propio animalismo les ha vendido. Pues bien, siguiendo la lógica anterior, su opinión sobre el hecho taurino debería limitarse a un “no me gustan los toros”. Pero normalmente no es así. Se atreven a emitir juicios sobre la tauromaquia, calificándola de “tortura”, “barbarie”, “salvajismo”, “crueldad”, “sadismo”… Y por supuesto, se atreven a calificar a los taurinos como “asesinos”, “salvajes”, “sádicos”, “torturadores”, “violentos”, “sanguinarios”… Por cierto, conozco a muchísimos aficionados a los toros, y entre ellos todavía no sé de nadie que responda a ninguna de esas etiquetas. 
 
Imagen tomada de www.endefensadelafiestabrava.blogspot.com

Volviendo a la idea central: el ridículo que se hace cuando se polemiza desde la ignorancia. Las preguntas que habría que formular al anti-taurino son de cajón: ¿Cuántas corridas de toros ha visto usted? ¿Cuántos libros sobre tauromaquia ha leído? ¿Cuántas ganaderías ha visitado? ¿Cuántos tentaderos ha presenciado? ¿Se ha puesto alguna vez delante de un animal bravo, aunque sea de una simple becerra? ¿A cuántas tertulias taurinas ha asistido? ¿Cuántos programas de radio o televisión de contenido taurino ve usted regularmente? ¿Cuántas conversaciones sobre toros (digo propiamente sobre toros, no sobre el absurdo debate “toros sí / toros no”) ha mantenido usted con ganaderos, mayorales, matadores, novilleros, periodistas taurinos, apoderados, empresarios, aficionados, etc.? Las respuestas serían evidentes. Y aún sin conocer se atreven a opinar y a polemizar.   

La salida típica del anti-taurino ante este planteamiento es siempre la misma: “no hace falta conocer nada de esto para saber que en una corrida se maltrata a un animal; es algo muy evidente”. En el apartado 18 analizaremos por qué la tauromaquia no conlleva maltrato animal. Allí me remito. Pero además, el otro error está en la simplificación, en quedarse en la visión superficial de que un animal muere a manos de un humano delante de miles de personas. Detrás de eso hay mucho más. Hay elementos simbólicos, filosóficos, antropológicos, culturales, ecológicos, sociales, éticos, estéticos… La tauromaquia es un fenómeno muy complejo, con múltiples facetas, aristas y matices. Y el error del que se posiciona contra ello desde el desconocimiento está en quedarse en la apariencia, en la forma, en el envoltorio, pero sin profundizar en el contenido. 

Es como si yo simplificara el espectáculo del fútbol diciendo que no es más que un deporte absurdo en el que un grupo de gente corre detrás de un balón; o el ajedrez, viendo simplemente a dos personas sentadas frente a frente y moviendo unas fichas sobre un tablero. Evidentemente, tanto en el fútbol como en el ajedrez, detrás de esa apariencia tan simple hay un contenido de estrategia, técnica y lógica. En el caso de la tauromaquia, su contenido técnico y artístico es extremadamente complejo (ver apartados 19 y 20). Comprender en profundidad todo lo que ocurre en una corrida de toros requiere muchos años de afición y dedicación. Y requiere una intuición sobre los comportamientos del animal que está al alcance de muy pocos. Pero es muy típico de nuestros días eso de quedarse en la apariencia y en lo superficial, sin profundizar en el fondo de las cosas. 


Precisamente por ello, tras estos dos apartados introductorios, pasaremos a profundizar en todas las aristas de este tema, desarrollando el contenido del blog. Comenzaremos analizando el verdadero trasfondo de un debate del que a menudo se nos ofrece sólo su versión más superflua.