¿Por
qué defender la tauromaquia? La pregunta se contesta por sí sola con una
lectura reflexiva de todo el blog, especialmente de los dos últimos apartados.
Sin embargo, posiblemente nadie haya
respondido mejor a esta cuestión que el filósofo y catedrático Francis Wolff. Su libro “50 razones para defender la
corrida de toros” constituye la defensa más razonada, lógica y a la vez
sencilla que pueda hacerse del fenómeno taurino. Un libro clarificador, breve y
barato. Un libro que debería estudiar cualquier persona antes de emitir un
juicio sobre la tauromaquia. Y un libro que supone una verdadera arma pacífica
contra la intolerancia, la incultura, la xenofobia y la intransigencia. A él me remito.
Por
este motivo no procede realizar aquí una exposición de todo el argumentario que
fundamenta la defensa del espectáculo taurino. Ni tampoco citar todas las
publicaciones relevantes en el ámbito de la apología taurina. Simplemente, trataremos
de reflexionar brevemente sobre la naturaleza de esta defensa dentro del debate
social.
La
fundamentación de la tauromaquia debe abordarse desde una perspectiva
multidisciplinar. Las razones y argumentos a favor del espectáculo taurino
proceden de diferentes campos: la ética, la filosofía, la antropología, la
ecología, el derecho, la historia, el arte, la economía…
Los
principales argumentos, los más importantes, son los argumentos éticos.
Si la tauromaquia no fuera un espectáculo ético, no tendría sentido aducir
argumentos económicos. Como todos sabemos, la industria de armas posee un gran
peso económico, pero esto no convierte a la guerra en una actividad ética. Evidentemente,
no es un caso comparable. La tauromaquia es un espectáculo absolutamente ético
y, por lo tanto, lícito y legítimo. Y además contiene un legado de valores
universales (ver apartado 20).
Después
vendrían los argumentos antropológicos, relacionados con el valor de un
fenómeno de raíces milenarias, presente en las más remotas civilizaciones, como
es el enfrentamiento atávico entre el hombre y el toro. Junto a ello, todos los
argumentos culturales, históricos y sociales derivados de la gran
importancia del fenómeno taurino a lo largo de la historia de la humanidad. La fundamentación
filosófica es abordada con brillantez en otra obra del catedrático Francis Wolff:
“Filosofía de las corridas de toros”.
Los argumentos artísticos proceden de la propia condición de la
tauromaquia como arte (ver apartado 19).
Los argumentos ecológicos son evidentes, dada la gran importancia
de la tauromaquia dentro de la ecología y su enorme beneficio en la
preservación del medio ambiente (ver apartado 7).
Los
argumentos legales son esenciales para afrontar los ataques
injustificados, infundados y con
frecuencia ilegales por parte del movimiento animalista. La tauromaquia es un
espectáculo legal, además de ser ético y lícito. El derecho resulta fundamental
para preservar y potenciar una manifestación cultural y artística de primera
magnitud. Y por supuesto, junto a todo ello, también están los argumentos
económicos, relacionados con la capacidad productiva de una actividad
totalmente ética y lícita. Economistas de la talla de Juan Medina, Diego Sánchez
o Juanma Lamet han estudiado el gran peso económico de las actividades taurinas
y su enorme capacidad de dinamizar la economía, generando riqueza y empleo (ver
apartado 13).
Sin
embargo, en el fondo no se trata de una cuestión de argumentos, sino de
sensibilidades. Evidentemente, el animalista-antitaurino elaborará su
propio argumentario, intentando fundamentar su posición y tratando de discutir
y rebatir los razonamientos taurinos. Se trata, a fin de cuentas, de una
confrontación entre sensibilidades distintas. Pero es indiscutible que la clave
de una sociedad civilizada, educada y tolerante está precisamente en el respeto
a las diferentes sensibilidades. Lo contrario nos adentraría en el campo de la
intolerancia, el integrismo moral y el totalitarismo.
La reducción del problema a una
cuestión de sensibilidades es la conclusión de todo el debate.
Quizás la única conclusión posible. Precisamente, ese es el razonamiento
inicial con el que el profesor Wolff introduce su referido libro de las 50
razones. Acudiendo a sus propias palabras:
(…)
Algunos pueden no soportar ver (o incluso imaginar) a un animal herido o
muriendo. Este sentimiento es perfectamente respetable. Y no cabe duda de que
la mayor parte de los que se oponen a las corridas de toros son seres sensibles
que sufren verdaderamente cuando imaginan al toro sufriendo. (…) Pero los
adversarios de las corridas tienen que saber que los aficionados compartimos
ese sentimiento. Sin duda, esto es algo difícil de creer por todos aquellos que
piensan sinceramente que asistir a la muerte pública de un animal (un aspecto
esencial de las corridas de toros) sólo pueden hacerlo gentes crueles, sin
piedad, sin corazón. Ahí radica su irritación, su arrebato, su animadversión a
las corridas de toros. Es difícil de creer y sin embargo es absolutamente
cierto: el aficionado no experimenta ningún placer con el sufrimiento de los
animales. Ninguno soportaría hacer sufrir, e incluso ver hacer sufrir a un
gato, a un perro, a un caballo ni a cualquier otra bestia. El aficionado tiene
que respetar la sensibilidad de todos y no imponer sus gustos ni su propia
sensibilidad. Pero el antitaurino debe admitir también, a cambio, la sinceridad
del aficionado, tan humano, tan poco cruel, tan capaz de sentir piedad como él
mismo.
Y prosigue:
(…)
El autor de estas líneas garantiza que nunca ha podido soportar el espectáculo
del pez atrapado en el anzuelo del pescador de caña -lo que efectivamente es
una cuestión de sensibilidad-. Pero nunca se le ha pasado por la cabeza
condenar la pesca con caña ni tampoco tratar al pobre pescador de
<<sádico>> y aún menos exigir a las autoridades públicas la
prohibición de su inocente ocio, que ofrece probablemente grandes placeres a
los amantes de esa actividad. Sin embargo, se sabe perfectamente que los peces
heridos <<sufren>> agonizando lentamente en el cubo, e
indudablemente más que el toro que pelea. (…) Tenemos también algunas razones
para pensar que la pesca deportiva con caña ni tiene el mismo arraigo antropológico
ni es portadora de valores éticos y estéticos tan universales como la fiesta
taurina.
Pero Francis Wolff
verdaderamente llega a la esencia del problema cuando expone:
Una
cosa es extraer las consecuencias personales de la propia sensibilidad (por
eso, yo no voy de pesca) y otra muy distinta es hacer de dicha sensibilidad un
estándar absoluto y considerar sus propias convicciones como el criterio de
verdad. Ésa es la definición de la intolerancia. Cada cual es libre de
convertirse al vegetarianismo, o incluso a la vida <<vegana>>:
nadie prohíbe a nadie abrazar ese modo de vida y las creencias que lo
acompañan. Pero otra cosa es querer prohibir el consumo de carne y de pescado,
incluso de leche, de lana, de cuero, de miel y de todo lo que proviene de la
explotación de los animales. De igual manera, una cosa es prohibirse a sí mismo
ir a las plazas de toros y otra muy distinta es ¡querer prohibir el acceso a lo
demás!
Ni
siquiera se trata de someter el tema taurino a votación, para que decida la
mayoría. Esto sería un auténtico despropósito. Esa manía contemporánea de someter cualquier cuestión a votación es un
tremendo disparate de consecuencias precisamente antidemocráticas. La
democracia implica el respeto a la diversidad. El respeto a todos los
colectivos: a las mayorías, a las minorías, a las diferentes opciones éticas,
religiosas y morales, a todas las sensibilidades, etc. Por lo tanto, hay cosas
que no son objeto de votación. ¿Sometemos a votación la posible prohibición de
espectáculos minoritarios como la ópera, el judo o el voleibol? ¿El hecho de
que a muchas personas no les guste el grafiti les daría derecho a prohibir su utilización
artística en determinadas zonas de las ciudades? ¿El hecho de que un sector de
la sociedad estuviera en contra del boxeo le daría derecho a intentar
prohibirlo? ¿El hecho de que a mí no me gustara el cocido me legitimaría para eliminarlo
de los restaurantes? La democracia es, ante todo, el respeto a todas las
libertades y a todas las sensibilidades. Y hay muchísimas cuestiones que no
pueden ser objeto de votación.
La
historia nos demuestra que la tauromaquia, a lo largo de los siglos, ha
experimentado diferentes crisis y oleadas prohibicionistas. Y de todas ellas ha
salido reforzada. Como bien ha expresado la plataforma La Economía del Toro: “Se
creen modernos, pero llevan intentando prohibir los toros desde 1215”. Es
decir, 800 años. En cierto modo, la reciente oleada animalista está sirviendo
para que el sector taurino, por primera vez, comience a unirse y a vertebrar su
defensa.
Imagen de www.elperiodicomediterraneo.com |
Pero
además, el actual debate sobre los toros trasciende al hecho meramente taurino,
por cuanto son realmente muchos otros elementos y valores los que están en
juego. Valores que constituyen la esencia misma de la democracia. Analicemos.
A
lo largo de todo el blog se ha desvelado la realidad de ese falso animalismo
que ha llevado a cabo una injustificable guerra sucia contra la tauromaquia a
través de actos vandálicos, de acciones violentas; de la distorsión y
deformación de la imagen del mundo taurino; de la proyección social de un
entramado de mentiras, tópicos y falsedades; de la manipulación mediática; del acoso
social a todas las empresas, personas o entidades que se relacionen con el
sector taurino; del boicot turístico; de la presión a políticos y legisladores;
etc. Actos que reflejan el odio, la intransigencia, la ignorancia y la
xenofobia cultural de un movimiento animalista muy organizado y apoyado
económicamente desde el exterior. Un movimiento financiado por un lobby
antitaurino mundial constituido por organizaciones animalistas internacionales
que destinan grandes cifras económicas para la lucha contra la tauromaquia en
todo el mundo. Un movimiento que sitúa al animal al mismo nivel que el ser
humano (y con frecuencia por encima de él). Y para lo cual cuenta con el apoyo
de la multimillonaria industria de la mascota, que esconde sus sucios intereses
comerciales bajo la máscara de un falso animalismo. Pero curiosamente, esta
intransigencia y cerrazón les ha llevado a cometer actos violentos no sólo
contra personas, sino también contra granjas, ganaderías y establos, causando
daños a los propios animales. Su afán por aniquilar todos aquellos espectáculos
con animales les lleva a un totalitarismo prohibicionista de tintes
antidemocráticos y neofascistas. Y no sólo se trata de las corridas de toros,
sino también de las peleas de gallos, de los circos, de las carreras de galgos,
de la utilización de animales en cualquier tipo de espectáculos públicos:
desfiles, cabalgatas, etc. Ya hemos incidido ampliamente en todas estas
cuestiones a lo largo del blog.
El
hecho es que los animalistas pretenden imponer socialmente su peculiar visión
del reino animal. Una visión, por cierto, bastante idílica, anti-ecológica y
alejada de la realidad. Pero además, también pretenden imponer al resto del
mundo su ética y su moral. Como si fuera superior a la de los demás. Y es
esto lo que les lleva al integrismo y al fundamentalismo moral, algo que no
tiene cabida en una sociedad civilizada. La sensibilidad del animalista es
respetable. Y la moral animalista también. Y la opción de ser vegano también.
Pero lo que no es admisible es que pretendan imponer su moral al resto del
mundo pensando que es superior, o que es la única posible. El animalista debe
respetar las opciones morales de los demás, entre las que se incluye la de ser
taurino. Ellos no pueden pretender obligar a los demás a seguir sus preceptos
morales, del mismo modo que a ellos nadie les obliga a asistir a una corrida. Y
tampoco pueden imponer sus criterios a quienes no los comparten, y menos a base
de prohibiciones. Nadie lo hace con ellos. Nadie pretende prohibir el
animalismo, ni el veganismo. Sin embargo, ellos sí pretenden prohibir la
tauromaquia.
Imagen de www.insurgenciamagisterial.com |
La
antropología nos demuestra cómo las diferentes civilizaciones y sociedades
humanas han desarrollado códigos morales diferentes. Y lo que en una cultura
podría considerarse moral, en otra no lo era. A fin de cuentas, la ética y la
moral son abstracciones humanas. Por lo tanto, los únicos planteamientos éticos
que pueden aceptarse universalmente son los que se refieren al respeto al ser
humano, a su vida y a su bienestar. Un tema, por cierto, en el que todavía hay
mucho por hacer. Y por el que no parecen interesarse demasiado los colectivos
animalistas…
Sin
ánimo de hacer demagogia, el fundamentalismo moral (del que hacen gala los
colectivos animalistas) fue la característica común de los grandes dictadores
de la historia de la humanidad. Por cierto, algunos de ellos -como es el caso
del propio Hitler- fueron abiertamente defensores de los animales. Sus primeras
medidas tras llegar al poder consistieron precisamente en aprobar leyes de
protección animal. Las siguientes medidas todos las conocemos…
El
animalismo no lleva a ningún sitio. O en todo caso, a la “extinción voluntaria
progresiva de la especie humana”, como ya defienden ciertos colectivos veganos
estadounidenses. Por más que muchas personas se adhieran a al movimiento
animalista llevadas por su sensibilidad y buena voluntad, se trata de una
corriente de pensamiento antinatural e ingenua, manejada por oscuros intereses
económicos y comerciales, y que sólo conduce a paradojas absurdas que ya han
sido desentrañadas (ver apartados 3, 4, 5, 6, 7). En este sentido, recurriremos
una vez más a las palabras del catedrático Francis Wolff:
Y
mañana, ¿cuál será la nueva imagen de víctima animal que ya no podrán soportar?
¿Habrá que <<liberar>> todos los animales que el hombre ha
domesticado desde hace 11.000 años tal y como lo reclaman ya hoy los teóricos
radicales del animalismo en EEUU? ¿Habrá que soltar los cerrojos para liberar a
los conejos, y que se apañen Australia y su ecosistema, que estuvieron a punto
de perecer bajo el peso de su invasión? ¿Habrá que liberar a los visones, como
recientemente se ha hecho en Dordogne, sin preocuparse de la catástrofe
ecológica que provocaron? ¿Habrá que liberar a las ovejas del hombre y liberar
también a los lobos sin preocuparnos de las ovejas, y liberar también a los
osos sin preocuparnos de los agricultores de los Pirineos y sus rebaños (y que
ellos también puedan liberarse de los osos, si les apetece)? ¿Hasta dónde nos
llevará es locura <<liberacionista>>? (…)
Hoy
la fiesta de los toros. Y mañana ¿contra qué la tomarán? ¿Qué inocente placer
será descrito como perverso? ¿La caza deportiva, la pesca con caña? Eso ya
está. ¿Y entonces? La producción de foiegras ya está prohibida en varios
países. El Parlamento californiano votó incluso en el 2004 una ley prohibiendo
su comercialización. ¿Y mañana? ¿Habría primero que <<desaconsejar
vivamente>> el consumo de carne y de pescado (por razones supuestamente
morales, se entiende) para después autorizar su consumo sólo bajo ciertas
condiciones, para finalmente decidir prohibirlo? Y pasado mañana, ¿<<desaconsejar>>
la leche, el cuero, la lana… porque
suponen explotación animal? ¿Y por qué no la miel? (…)
No
se trata simplemente de un debate toros
sí / toros no. Se trata de la lucha entre la tolerancia y la intransigencia.
Entre la libertad y el totalitarismo. Entre el respeto y el fundamentalismo. O
entre la democracia y la dictadura moral.
¿Por qué defender la
tauromaquia?
Porque
defender la tauromaquia supone, por encima de todo, defender los valores mismos
de la libertad, la tolerancia y el respeto. El respeto a las libertades
individuales. El respeto a las diferentes opciones morales: moral cristiana,
musulmana, judía, india, animalista, taurina… El respeto a las diferentes
sensibilidades. Y la tolerancia a las distintas manifestaciones culturales de
los pueblos. Frente a lo que han querido vendernos los colectivos animalistas,
la tauromaquia representa el verdadero ecologismo, el verdadero animalismo y la
verdadera progresía.
Imagen tomada de www.elmundodelastorerias.com |
Hay
que reconocer que en ocasiones, los propios intereses de los diferentes
profesionales del mundo taurino han provocado una cierta denigración del
espectáculo, alejándolo de su autenticidad y de sus valores ancestrales.
Posiblemente, esto haya reforzado la visión del antitaurino y la imagen
denigrante y distorsionada que han conseguido vender. Pero evidentemente, la
solución a ello no está en el aniquilamiento del espectáculo taurino, sino en la
lucha por la recuperación de sus auténticos valores. Una lucha que llevan por
bandera los buenos aficionados y que, como ya hemos repetido, no es objeto de
este blog.
Imagen tomada de @MD_Molina |
Imagen tomada de www.torosenpuntas.blogspot.com |
El
mundo es extraordinariamente complejo y voluble, encerrando intereses y
entramados ocultos que no siempre se perciben a simple vista. Evidentemente, si
no se reaccionara a tiempo, sería posible que a largo plazo este movimiento
animalista consiguiera la aniquilación del espectáculo taurino. Barbaridades
más atroces se han visto. Hitler exterminó a seis millones de personas. Pero está
claro que una hipotética prohibición de la tauromaquia sería una inmensa tragedia
cultural, artística, ecológica, antropológica, económica… Una aberración moral denigrante
para la propia humanidad. Sería un expolio que no nos perdonarían las generaciones
posteriores cuando comprendieran que el ser humano fue capaz de enfrentarse a
un toro bravo con un trozo de tela, arriesgando su vida y consiguiendo,
mediante el dominio de la fiereza animal, una manifestación artística reconocida
universalmente por ser poseedora de una belleza y simbología absolutamente
extraordinaria.
La
protección, preservación y difusión de la tauromaquia es una tarea ineludible.
Y es un deber irrenunciable de los gobernantes. Y de entidades como la ONU o la
UNESCO. La defensa del fenómeno taurino y de sus valores universales es un
canto a la libertad, a la tolerancia, al respeto, al entendimiento, a la
democracia, a la ecología, a la historia y a la cultura. Un canto a la propia
civilización humana.
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