La
raíz de todo el debate entre taurinos y anti-taurinos se encuentra en el
enfrentamiento entre dos formas de concebir la relación del ser humano con el
resto de los animales. Lo que, a su vez, representa dos maneras diferentes de
entender el mundo.
La
primera de estas concepciones -que se remonta a los orígenes mismos de la
humanidad- considera al hombre con autoridad para disponer, aprovechar y
sacrificar a los animales de acuerdo a sus propios fines y necesidades. Desde
que el humano pisa la Tierra utilizó y mató animales con fines de alimentación,
protección, abrigo, transporte, trabajo, obtención de materias primas,
fabricación de utensilios, celebraciones rituales, actividades artísticas, culturales
o lúdicas, etc. Es decir, no sólo para cubrir sus necesidades más básicas, sino
también para satisfacer todos los demás aspectos de su vida. A lo largo de la
historia, el hombre no sólo ha matado animales para comer, abrigarse o protegerse
de sus posibles ataques. También los ha utilizado para ayudarse en las tareas
agrícolas; para desplazarse por el mundo en tiempos anteriores al ferrocarril o
al automóvil; para obtener materias primas con las que construir los más
variados utensilios, herramientas y objetos de ocio; para lucir nuevos modelos
de abrigos o calzado; para avanzar en sus investigaciones científicas; para la
elaboración de productos farmacológicos, cosméticos, etc. Y, por supuesto,
también como medio para sus celebraciones rituales, para sus actividades
lúdicas y para sus creaciones artísticas y culturales. No sólo es el caso de la
tauromaquia. También el arte de la pintura se ha servido durante milenios de la
sangre animal y el arte de la música ha utilizado instrumentos construidos a
partir de flautas de hueso, cráneos de animales, pieles tensadas, tripas, crines
de caballo, etc.
Peter Singer. Imagen de http://www.vnews24.it/ |
Curiosamente,
este supuesto animalismo nace precisamente de la pérdida del contacto con la
naturaleza, de la pérdida del contacto con la propia fauna concebida en su
hábitat natural, y de la desconexión con los valores del medio rural. Por el
contrario, quienes no han perdido la cercanía con este medio rural y aún
conservan un contacto directo con el mundo animal, mantienen con naturalidad la
concepción que otorga al hombre el derecho al aprovechamiento y explotación de
los animales. Una explotación que puede ser racional, equilibrada y ecológica.
En
otras palabras, lo que realmente se confrontan son dos concepciones
filosóficas: el humanismo y el animalismo, como bien explica Carlos Ruiz
Villasuso en su revelador artículo “La
muerte del humanismo”.
La
filosofía humanista concede al hombre una supremacía sobre el resto de especies
animales, en virtud de su capacidad racional. Evidentemente, dentro de un
aprovechamiento equilibrado y ecológico de la fauna. Pero reconociendo a fin de
cuentas la autoridad moral del ser humano para disponer racionalmente de los
animales. A día de hoy, la mayor parte de la población acepta y repite el principio
de que “los animales están para servir al hombre”. No hablamos ya del antropocentrismo
religioso predominante en el Renacimiento, que ponía al hombre en el ombligo
del universo al entenderlo como el eje de la creación. No se trata de eso. Aún
aceptando que el ser humano no sea más que un animal entre otros muchos, los
presupuestos del pensamiento animalista son inconcebibles. Por muchas razones que
serán analizadas en el apartado 4. Pero sobre todo por una razón puramente
ecológica. En la naturaleza, cada especie “se preocupa de sí misma”, de su propia
supervivencia, pero no de la de las demás. Por lo tanto, restarle posibilidades
al ser humano para otorgárselas a los demás animales sería un absurdo antinatural.
Ninguna otra especie estaría dispuesta a hacer eso.
Pero
además, la gran diferencia entre el humano y el resto de animales es su
capacidad racional, su inteligencia. Esto es lo que le ha permitido dominar a
las demás especies, colocarse en la cima en cuanto al control y dominio del planeta
(a veces cometiendo excesos). Pero evidentemente, sería absurdo utilizar en su
contra esta capacidad, que precisamente le ha permitido al humano ser lo que
es. Un ejemplo sencillo: pretenden los veganos que no nos alimentemos de la carne
de otros animales. Pero nadie se propone negarle al león que se coma a la
gacela. En la naturaleza, los animales se comen los unos a los otros. El
tiburón al besugo, el gato a la lagartija, el zorro a la gallina o el pájaro a la
lombriz. Por eso, sería ridículo pretender negarle al hombre su derecho a comer
carne y a la misma vez reconocérselo al resto de especies. Sería ir en contra
de nuestra propia especie, lo cual es todo lo contrario a la ecología.
Alguien
podría objetar eso de que “una cosa es
matar animales para comer y otra muy distinta matarlos por placer, por gusto o
por diversión”. He aquí otra gran falacia del antitaurinismo, que puede
desmontarse con los siguientes razonamientos:
-
En primer lugar, el hecho de matar a un
animal es siempre el mismo, sea cual sea la finalidad. Es decir, que el fin no tendría
por qué justificar los medios.
-
En segundo lugar, el argumento de que en
una corrida se mata al animal por mera diversión es inexacto y simplista, por
cuanto la corrida encierra de elemento ritual, cultural y artístico (ver
apartados 19 y 20).
-
En tercer lugar, el razonamiento más
importante. En esencia, siempre que el hombre mata a un animal, sea con la
finalidad que sea, lo hace realmente “por placer”. Nunca por verdadera
necesidad. Con la excepción, claro está, del caso de verse amenazado de muerte
por un animal salvaje (tigre, oso, serpiente venenosa, cocodrilo…) al cual
mataríamos en defensa propia. Hecha esta salvedad, si lo pensamos fríamente, en
el resto de los casos el ser humano siempre mata al animal “por gusto” y nunca
por una auténtica necesidad vital. Esto es así incluso en el caso de matar a los
animales para alimentarnos, puesto que comer carne no es realmente una
necesidad absoluta. Ahí están precisamente los veganos para demostrarnos que se
puede vivir perfectamente sin comer carne de animal. Con lo cual, sin darse
cuenta, ellos mismos desmontan su propio argumento. En otras palabras, prácticamente
todos los seres humanos matamos animales por placer, o al menos lo consentimos.
Imagen tomada de www.cookingideas.es |
Por
su parte, el pensamiento animalista aboga por la igualdad absoluta de todos los
animales de la naturaleza, incluyendo entre ellos al animal humano. El
animalista manifiesta expresamente que todas las especies de fauna deben estar
al mismo nivel en dignidad y en derechos que el ser humano. Y, por la misma
razón, que el ser humano debe estar al mismo nivel que el resto de los
animales. Sin embargo, aún aceptando que el humano no sea más que una especie
más entre todas las que pueblan nuestro planeta, el pensamiento animalista
genera una serie de contradicciones y paradojas desde el punto de vista de la
filosofía, la ética, la ecología y la antropología. Por más que sea respetable
desde la libertad de pensamiento, se trata de un sistema incongruente en sí
mismo. Pero esto ya es objeto del siguiente apartado.