3. LA RAÍZ DEL DEBATE. ANIMALISMO FRENTE A HUMANISMO



La raíz de todo el debate entre taurinos y anti-taurinos se encuentra en el enfrentamiento entre dos formas de concebir la relación del ser humano con el resto de los animales. Lo que, a su vez, representa dos maneras diferentes de entender el mundo.

La primera de estas concepciones -que se remonta a los orígenes mismos de la humanidad- considera al hombre con autoridad para disponer, aprovechar y sacrificar a los animales de acuerdo a sus propios fines y necesidades. Desde que el humano pisa la Tierra utilizó y mató animales con fines de alimentación, protección, abrigo, transporte, trabajo, obtención de materias primas, fabricación de utensilios, celebraciones rituales, actividades artísticas, culturales o lúdicas, etc. Es decir, no sólo para cubrir sus necesidades más básicas, sino también para satisfacer todos los demás aspectos de su vida. A lo largo de la historia, el hombre no sólo ha matado animales para comer, abrigarse o protegerse de sus posibles ataques. También los ha utilizado para ayudarse en las tareas agrícolas; para desplazarse por el mundo en tiempos anteriores al ferrocarril o al automóvil; para obtener materias primas con las que construir los más variados utensilios, herramientas y objetos de ocio; para lucir nuevos modelos de abrigos o calzado; para avanzar en sus investigaciones científicas; para la elaboración de productos farmacológicos, cosméticos, etc. Y, por supuesto, también como medio para sus celebraciones rituales, para sus actividades lúdicas y para sus creaciones artísticas y culturales. No sólo es el caso de la tauromaquia. También el arte de la pintura se ha servido durante milenios de la sangre animal y el arte de la música ha utilizado instrumentos construidos a partir de flautas de hueso, cráneos de animales, pieles tensadas, tripas, crines de caballo, etc. 


Peter Singer. Imagen de http://www.vnews24.it/
La otra concepción -basada en postulados de autores  como Tom Regan, Gary Francione, Jeremy Bentham o Peter Singer- pretende negar al ser humano el derecho a cualquier tipo de aprovechamiento o explotación del animal. Para ello, no sólo se posicionan en contra de la tauromaquia y demás espectáculos realizados con animales, sino también de la caza, de la pesca, del consumo de cualquier tipo de alimento de origen animal, de la utilización de materias primas obtenidas de animales, etc. Evidentemente, esto sólo es posible en una época como la actual, en la que existen materiales tan versátiles como el plástico y sus derivados; en la que contamos con medios de transporte (por cierto, nada ecológicos) que hacen innecesario utilizar el caballo, el mulo o el camello para desplazarse; una época en la que el desarrollo tecnológico no precisa del uso de animales para tareas agrícolas, etc. Pero es evidente que todo esto no se corresponde con el estado natural del ser humano sobre el planeta, sino con una situación derivada de las consecuencias de la civilización. Más aún, con una situación derivada de una sociedad artificial, tecnologizada y en cierto modo desnaturalizada. 

Curiosamente, este supuesto animalismo nace precisamente de la pérdida del contacto con la naturaleza, de la pérdida del contacto con la propia fauna concebida en su hábitat natural, y de la desconexión con los valores del medio rural. Por el contrario, quienes no han perdido la cercanía con este medio rural y aún conservan un contacto directo con el mundo animal, mantienen con naturalidad la concepción que otorga al hombre el derecho al aprovechamiento y explotación de los animales. Una explotación que puede ser racional, equilibrada y ecológica.  

En otras palabras, lo que realmente se confrontan son dos concepciones filosóficas: el humanismo y el animalismo, como bien explica Carlos Ruiz Villasuso en su revelador artículo “La muerte del humanismo”

La filosofía humanista concede al hombre una supremacía sobre el resto de especies animales, en virtud de su capacidad racional. Evidentemente, dentro de un aprovechamiento equilibrado y ecológico de la fauna. Pero reconociendo a fin de cuentas la autoridad moral del ser humano para disponer racionalmente de los animales. A día de hoy, la mayor parte de la población acepta y repite el principio de que “los animales están para servir al hombre”. No hablamos ya del antropocentrismo religioso predominante en el Renacimiento, que ponía al hombre en el ombligo del universo al entenderlo como el eje de la creación. No se trata de eso. Aún aceptando que el ser humano no sea más que un animal entre otros muchos, los presupuestos del pensamiento animalista son inconcebibles. Por muchas razones que serán analizadas en el apartado 4. Pero sobre todo por una razón puramente ecológica. En la naturaleza, cada especie “se preocupa de sí misma”, de su propia supervivencia, pero no de la de las demás. Por lo tanto, restarle posibilidades al ser humano para otorgárselas a los demás animales sería un absurdo antinatural. Ninguna otra especie estaría dispuesta a hacer eso. 


Pero además, la gran diferencia entre el humano y el resto de animales es su capacidad racional, su inteligencia. Esto es lo que le ha permitido dominar a las demás especies, colocarse en la cima en cuanto al control y dominio del planeta (a veces cometiendo excesos). Pero evidentemente, sería absurdo utilizar en su contra esta capacidad, que precisamente le ha permitido al humano ser lo que es. Un ejemplo sencillo: pretenden los veganos que no nos alimentemos de la carne de otros animales. Pero nadie se propone negarle al león que se coma a la gacela. En la naturaleza, los animales se comen los unos a los otros. El tiburón al besugo, el gato a la lagartija, el zorro a la gallina o el pájaro a la lombriz. Por eso, sería ridículo pretender negarle al hombre su derecho a comer carne y a la misma vez reconocérselo al resto de especies. Sería ir en contra de nuestra propia especie, lo cual es todo lo contrario a la ecología.
Imágenes tomadas de www.wikiwand.com, www.bancodeimagenesgratis.com y www.losviajeros.com

Alguien podría objetar eso de que “una cosa es matar animales para comer y otra muy distinta matarlos por placer, por gusto o por diversión”. He aquí otra gran falacia del antitaurinismo, que puede desmontarse con los siguientes razonamientos: 

-       En primer lugar, el hecho de matar a un animal es siempre el mismo, sea cual sea la finalidad. Es decir, que el fin no tendría por qué justificar los medios.

-       En segundo lugar, el argumento de que en una corrida se mata al animal por mera diversión es inexacto y simplista, por cuanto la corrida encierra de elemento ritual, cultural y artístico (ver apartados 19 y 20).

-       En tercer lugar, el razonamiento más importante. En esencia, siempre que el hombre mata a un animal, sea con la finalidad que sea, lo hace realmente “por placer”. Nunca por verdadera necesidad. Con la excepción, claro está, del caso de verse amenazado de muerte por un animal salvaje (tigre, oso, serpiente venenosa, cocodrilo…) al cual mataríamos en defensa propia. Hecha esta salvedad, si lo pensamos fríamente, en el resto de los casos el ser humano siempre mata al animal “por gusto” y nunca por una auténtica necesidad vital. Esto es así incluso en el caso de matar a los animales para alimentarnos, puesto que comer carne no es realmente una necesidad absoluta. Ahí están precisamente los veganos para demostrarnos que se puede vivir perfectamente sin comer carne de animal. Con lo cual, sin darse cuenta, ellos mismos desmontan su propio argumento. En otras palabras, prácticamente todos los seres humanos matamos animales por placer, o al menos lo consentimos.

Imagen tomada de www.cookingideas.es
-       En cuarto lugar, los propios animales también a veces se matan los unos a los otros “por placer”. No sólo se matan para alimentarse o para defenderse ante el peligro de ser atacados. A veces lo hacen sin una necesidad vital, como han avalado recientemente diferentes estudios científicos. Pero esto es algo que además nos lo muestra la propia naturaleza. Casos de matanzas entre animales sin fines alimenticios -es decir, “por placer”- se dan en zorros, orcas, lémures, osos, lobos, hienas, leones, hipopótamos, gaviotas… Ejemplos habría mil. Entre ellos el toro que mata a un hermano de camada para defender su superioridad; el perro que se divierte matando a una rata sólo por satisfacer su instinto; el delfín matando a la marsopa; las matanzas entre chimpancés... 

Por su parte, el pensamiento animalista aboga por la igualdad absoluta de todos los animales de la naturaleza, incluyendo entre ellos al animal humano. El animalista manifiesta expresamente que todas las especies de fauna deben estar al mismo nivel en dignidad y en derechos que el ser humano. Y, por la misma razón, que el ser humano debe estar al mismo nivel que el resto de los animales. Sin embargo, aún aceptando que el humano no sea más que una especie más entre todas las que pueblan nuestro planeta, el pensamiento animalista genera una serie de contradicciones y paradojas desde el punto de vista de la filosofía, la ética, la ecología y la antropología. Por más que sea respetable desde la libertad de pensamiento, se trata de un sistema incongruente en sí mismo. Pero esto ya es objeto del siguiente apartado.