Ya
ha quedado aclarado que el trasfondo del debate se debe a la confrontación
entre el humanismo y ese reciente animalismo tan repleto de paradojas. Pero
además, hay un rasgo de pensamiento (mejor dicho, un sesgo) común a la
generalidad de las doctrinas animalistas: el “antropomorfismo”.
Hay
quien dice con cierta ironía que gran parte de culpa corresponde a Walt Disney.
En el momento en que se vende a los niños la idea de que los animales hablan,
cantan, juegan, ríen, lloran, se comportan como las personas y tienen la
capacidad de pensar, hablar y sentir como los humanos, se comienza a construir
una sociedad con una visión absolutamente distorsionada de la realidad del
animal. Y esta visión es reforzada por la pérdida de contacto con la fauna y la
naturaleza, propia de una sociedad urbana e industrializada. Afortunadamente,
aún quedan núcleos de población en los que persiste ese contacto directo con el
animal dentro de su hábitat natural, lo que proporciona a los pocos niños que
allí viven un conocimiento realista del animal. Y este conocimiento conlleva también
la conciencia de la explotación ecológica y racional de la fauna. Y por
supuesto, la diferenciación del animal con respecto al humano.
Evidentemente,
la principal característica que distingue al ser humano del resto de las
especies es su inteligencia, su capacidad racional. El animal carece de ella, y
por consiguiente, de todas las facultades que de ella se derivan: conciencia de
sí mismo, razonamiento, capacidad de abstracción, capacidad de desarrollar un
sistema de lenguaje, capacidad para expresar sentimientos y emociones,
capacidad de obrar de acuerdo a criterios o normas, capacidad moral, etc.
El
tema de los sentimientos es, ciertamente, algo más controvertido. La ciencia
aún no ha conseguido esclarecer totalmente asuntos como la naturaleza misma de
los sentimientos, su relación con el cerebro, la naturaleza de la mente, la
existencia o inexistencia del alma, etc. Hay evidencias científicas de la
capacidad del animal para percibir sensaciones. Pero parece tratarse de
sensaciones y emociones muy primarias, cuya respuesta está asociada a su
instinto. Es decir: el animal siente hambre y come; está en celo y copula; se
siente amenazado y ataca; siente sueño y se echa. Pero poco más. Otra cosa
distinta son los “sentimientos”, que no son lo mismo que las “sensaciones”.
Sentimientos humanos como la compasión, la solidaridad, el amor, la amistad, el
afecto, la tristeza, la euforia, el arrepentimiento, el sentido de la
responsabilidad, la conciencia del sufrimiento y de la muerte, el sentido de la
justicia, la satisfacción emocional, o la sensibilidad artística están
directamente vinculados a la inteligencia. Con lo cual, parece casi imposible que
se den en el animal.
Pero
claro, los dibujos y películas de Disney son tan bonitos y tan graciosos que la
sociedad ha acabado asumiendo inconscientemente la absurda idea de los
sentimientos y cualidades humanas en los animales. Valgan los ejemplos
expuestos en el apartado anterior: el de la película “La Mula”, el del perro
“Excálibur”… Pero podríamos poner muchísimos más. Basta salir a la calle para
encontrarse perritos con su ropita, con sus lacitos, con sus gorritos; para
encontrar juguetes de animales que hablan, cantan, bailan; productos
alimenticios, farmacéuticos, cosméticos; chucherías para perros y gatos; anuncios
de fiestas para mascotas, etc. ¡Incluso el Corte Inglés ofrece ya un servicio
de spa para animales! Evidentemente, la culpa no es del pobre Walt Disney. Detrás
de todo ello están los intereses comerciales del negocio de la mascota, una de
las industrias más potentes a nivel mundial desde hace varias décadas. Pero de
ello ya se hablará en el apartado 16…
Este antropomorfismo ha generado una sensibilidad, o mejor dicho, una sensiblería animalista absolutamente demencial. Todas estas personas han visto demasiadas películas de dibujos animados, pero muy pocos documentales de la naturaleza salvaje. Lo preocupante viene cundo estos supuestos defensores de los animales, financiados por lobbies internacionales, consiguen entrar en la política. Ya ha habido algún municipio que ha declarado “ciudadanos” a los perros y gatos. Por no hablar de las ciudades declaradas “amigas de los animales” o directamente “antitaurinas”, faltando al respeto de una forma intolerable a los miles de aficionados taurinos que viven en ellas. Evidentemente, todo ello está asociado igualmente a las pretensiones abolicionistas de la caza, la pesca y todos los espectáculos realizados con animales: corridas de toros, circos, peleas de gallos, carreras de galgos, etc. Incluso vemos ya como muchos ayuntamientos evitan utilizar animales en actos públicos como desfiles o cabalgatas. Evidentemente, este camino sólo conduce a la pretensión de acabar con cualquier tipo de explotación animal por parte del humano. Si nadie lo remedia, a dictadura animalista parece avecinarse…
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Imágenes tomadas de www.nnsinaloa.com y www.revistadelzo.com |
Imágenes tomadas de www.diarioinformación.com y www.abc.es |
Una
vez instalados en la política a través de partidos como PACMA (Partido
Animalista Contra el Maltrato Animal) o como miembros de otros partidos con
representación parlamentaria, el principal caballo de batalla de los animalistas
es el derecho. La lucha por la ampliación de los supuestos “derechos de los
animales” es el medio para alcanzar todos sus objetivos prohibicionistas y
totalitarios. A ello dedican gran parte del dinero que reciben a través de los
lobbies animalistas internacionales (ver apartado 15).
Imagen de www.animalvoices.org |
La
inteligencia es lo que otorga al ser humano la posibilidad de establecer unas
normas y de obrar o no de acuerdo a ellas. De ahí se deriva la libertad de
acción y la capacidad moral del individuo. El hombre, para regular su relación
con los demás dentro de un contexto social, establece unos derechos y, en
contrapartida a los mismos, unos deberes u obligaciones. Evidentemente, a un
animal no pueden exigírsele obligaciones. Nadie puede pedirle a un gato que
cumpla con sus “deberes”. El animal carece de inteligencia y por consiguiente, de
capacidad moral. Por eso no puede tener derechos, como es lógico. El concepto
de derecho, como explica Fernando Savater, es exclusivamente humano.
Otra
cosa distinta es que el hombre establezca derechos y obligaciones para regular
su relación con los animales. Pero esto es algo bien distinto a aceptar que los
animales en sí mismos tengan derechos. Tal como recoge Rafael Comino en su
artículo “La falacia animalista”, el
filósofo Francis Wolff establece en 3 niveles los deberes del ser humano para
con los animales:
- Respetarles,
pero como el otro, no como semejantes, puesto que no lo son. Es decir,
asumiendo que el humano es humano y el
animal, animal.
- Respetar
su naturaleza. Es decir, tratar al animal de acuerdo con lo que es, con sus
características naturales. En otras palabras, respetar su animalidad.
- Respetar
las relaciones afectivas con ellos. Evidentemente, entendiendo que la relación
afectiva del hombre con el canario, el perro o el gato es diferente a la que
pueda tener con el tigre, con la víbora, con el cocodrilo o con el toro.
Imagen de www.marcecarrasco.wordpress.com |
Una
vez más, habría que plantearse qué tipo de sociedad estamos construyendo. Y
habría que pensar si no son precisamente los colectivos animalistas los que
constituyen una verdadera lacra social, por sembrar el odio y la confusión, y
por intentar erigirse en dictadores morales. El
movimiento animalista está lleno de contradicciones y paradojas. Pero además de
eso, como comprobaremos a continuación, se trata de un movimiento
anti-ecológico.