5. EL ANTROPOMORFISMO. LOS SUPUESTOS DERECHOS DE LOS ANIMALES.



Ya ha quedado aclarado que el trasfondo del debate se debe a la confrontación entre el humanismo y ese reciente animalismo tan repleto de paradojas. Pero además, hay un rasgo de pensamiento (mejor dicho, un sesgo) común a la generalidad de las doctrinas animalistas: el “antropomorfismo”.  
El antropomorfismo es simplemente la tendencia a atribuir cualidades humanas a los animales. Cualidades como la inteligencia, la capacidad moral, la conciencia de uno mismo, la compasión, los sentimientos profundos, la solidaridad, los derechos, etc. Pero no sólo cualidades abstractas, sino también su repercusión en conductas concretas: vestirse, peinarse, sentarse a la mesa, asistir a cumpleaños, etc. Es decir, concebir y tratar a los animales como personas, confundiéndolos con el ser humano. Todo ello provoca una visión del animal absolutamente desnaturalizada. Lo vamos a ir comprobando. 

Hay quien dice con cierta ironía que gran parte de culpa corresponde a Walt Disney. En el momento en que se vende a los niños la idea de que los animales hablan, cantan, juegan, ríen, lloran, se comportan como las personas y tienen la capacidad de pensar, hablar y sentir como los humanos, se comienza a construir una sociedad con una visión absolutamente distorsionada de la realidad del animal. Y esta visión es reforzada por la pérdida de contacto con la fauna y la naturaleza, propia de una sociedad urbana e industrializada. Afortunadamente, aún quedan núcleos de población en los que persiste ese contacto directo con el animal dentro de su hábitat natural, lo que proporciona a los pocos niños que allí viven un conocimiento realista del animal. Y este conocimiento conlleva también la conciencia de la explotación ecológica y racional de la fauna. Y por supuesto, la diferenciación del animal con respecto al humano.  
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Evidentemente, la principal característica que distingue al ser humano del resto de las especies es su inteligencia, su capacidad racional. El animal carece de ella, y por consiguiente, de todas las facultades que de ella se derivan: conciencia de sí mismo, razonamiento, capacidad de abstracción, capacidad de desarrollar un sistema de lenguaje, capacidad para expresar sentimientos y emociones, capacidad de obrar de acuerdo a criterios o normas, capacidad moral, etc. 

El tema de los sentimientos es, ciertamente, algo más controvertido. La ciencia aún no ha conseguido esclarecer totalmente asuntos como la naturaleza misma de los sentimientos, su relación con el cerebro, la naturaleza de la mente, la existencia o inexistencia del alma, etc. Hay evidencias científicas de la capacidad del animal para percibir sensaciones. Pero parece tratarse de sensaciones y emociones muy primarias, cuya respuesta está asociada a su instinto. Es decir: el animal siente hambre y come; está en celo y copula; se siente amenazado y ataca; siente sueño y se echa. Pero poco más. Otra cosa distinta son los “sentimientos”, que no son lo mismo que las “sensaciones”. Sentimientos humanos como la compasión, la solidaridad, el amor, la amistad, el afecto, la tristeza, la euforia, el arrepentimiento, el sentido de la responsabilidad, la conciencia del sufrimiento y de la muerte, el sentido de la justicia, la satisfacción emocional, o la sensibilidad artística están directamente vinculados a la inteligencia. Con lo cual, parece casi imposible que se den en el animal. 

Pero claro, los dibujos y películas de Disney son tan bonitos y tan graciosos que la sociedad ha acabado asumiendo inconscientemente la absurda idea de los sentimientos y cualidades humanas en los animales. Valgan los ejemplos expuestos en el apartado anterior: el de la película “La Mula”, el del perro “Excálibur”… Pero podríamos poner muchísimos más. Basta salir a la calle para encontrarse perritos con su ropita, con sus lacitos, con sus gorritos; para encontrar juguetes de animales que hablan, cantan, bailan; productos alimenticios, farmacéuticos, cosméticos; chucherías para perros y gatos; anuncios de fiestas para mascotas, etc. ¡Incluso el Corte Inglés ofrece ya un servicio de spa para animales! Evidentemente, la culpa no es del pobre Walt Disney. Detrás de todo ello están los intereses comerciales del negocio de la mascota, una de las industrias más potentes a nivel mundial desde hace varias décadas. Pero de ello ya se hablará en el apartado 16… 


  Este antropomorfismo ha generado una sensibilidad, o mejor dicho, una sensiblería animalista absolutamente demencial. Todas estas personas han visto demasiadas películas de dibujos animados, pero muy pocos documentales de la naturaleza salvaje. Lo preocupante viene cundo estos supuestos defensores de los animales, financiados por lobbies internacionales, consiguen entrar en la política. Ya ha habido algún municipio que ha declarado “ciudadanos” a los perros y gatos. Por no hablar de las ciudades declaradas “amigas de los animales” o directamente “antitaurinas”, faltando al respeto de una forma intolerable a los miles de aficionados taurinos que viven en ellas. Evidentemente, todo ello está asociado igualmente a las pretensiones abolicionistas de la caza, la pesca y todos los espectáculos realizados con animales: corridas de toros, circos, peleas de gallos, carreras de galgos, etc. Incluso vemos ya como muchos ayuntamientos evitan utilizar animales en actos públicos como desfiles o cabalgatas. Evidentemente, este camino sólo conduce a la pretensión de acabar con cualquier tipo de explotación animal por parte del humano. Si nadie lo remedia, a dictadura animalista parece avecinarse…
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Una vez instalados en la política a través de partidos como PACMA (Partido Animalista Contra el Maltrato Animal) o como miembros de otros partidos con representación parlamentaria, el principal caballo de batalla de los animalistas es el derecho. La lucha por la ampliación de los supuestos “derechos de los animales” es el medio para alcanzar todos sus objetivos prohibicionistas y totalitarios. A ello dedican gran parte del dinero que reciben a través de los lobbies animalistas internacionales (ver apartado 15). 

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Teóricos como Francione, Regan o Singer han pretendido establecer unas bases filosóficas del derecho animal. Sin embargo, existe una gran controversia sobre este tema entre la intelectualidad de nuestro tiempo. Para muchos filósofos y juristas, hablar de “derechos de los animales” es un contrasentido y una paradoja. Gran parte de estos pensadores consideran que los derechos de los animales no existen. No pueden existir porque el animal como tal no puede ser sujeto activo de derecho. En otras palabras, los animales no pueden tener derechos como tampoco pueden tener deberes, por la sencilla razón de que carecen de capacidad moral. Analicemos.

La inteligencia es lo que otorga al ser humano la posibilidad de establecer unas normas y de obrar o no de acuerdo a ellas. De ahí se deriva la libertad de acción y la capacidad moral del individuo. El hombre, para regular su relación con los demás dentro de un contexto social, establece unos derechos y, en contrapartida a los mismos, unos deberes u obligaciones. Evidentemente, a un animal no pueden exigírsele obligaciones. Nadie puede pedirle a un gato que cumpla con sus “deberes”. El animal carece de inteligencia y por consiguiente, de capacidad moral. Por eso no puede tener derechos, como es lógico. El concepto de derecho, como explica Fernando Savater, es exclusivamente humano. 

Otra cosa distinta es que el hombre establezca derechos y obligaciones para regular su relación con los animales. Pero esto es algo bien distinto a aceptar que los animales en sí mismos tengan derechos. Tal como recoge Rafael Comino en su artículo “La falacia animalista”, el filósofo Francis Wolff establece en 3 niveles los deberes del ser humano para con los animales:

-     Respetarles, pero como el otro, no como semejantes, puesto que no lo son. Es decir, asumiendo que el  humano es humano y el animal, animal. 

-      Respetar su naturaleza. Es decir, tratar al animal de acuerdo con lo que es, con sus características naturales. En otras palabras, respetar su animalidad. 

-    Respetar las relaciones afectivas con ellos. Evidentemente, entendiendo que la relación afectiva del hombre con el canario, el perro o el gato es diferente a la que pueda tener con el tigre, con la víbora, con el cocodrilo o con el toro. 


Estos son, ni más ni menos, los derechos y deberes que el hombre ha de tener en relación con el animal. -Por cierto, derechos y deberes que se cumplen de modo ejemplar en la corrida de toros, como más tarde se analizará-. Sin embargo, habría que preguntarse si aquellos que hacen vivir a un perro en un piso, que lo visten, le ponen un lacito, le plantan un gorro, y lo llevan a un spa y a un cumpleaños para mascotas están respetando o no la naturaleza del animal. 

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Las presiones de la corriente animalista sobre los políticos para extender los supuestos “derechos de los animales” nos ha llevado incluso a la aprobación por parte de la ONU y de la UNESCO de la “Declaración Universal de los derechos de los animales”. Basta reflexionar un poco sobre algunos de sus puntos para darse cuenta del sinsentido y utopía de este texto. Y de su lejanía con la realidad. En nuestro propio país existen leyes que rozan el absurdo, al sobreproteger al animal en detrimento de la persona. Y la prueba de ello está en los mismos ejemplos comentados en el apartado 4: el del pastor denunciado por provocar un “daño psicológico” a sus ovejas, o el del hombre encarcelado por dejar de echar de comer a sus animales. 

Una vez más, habría que plantearse qué tipo de sociedad estamos construyendo. Y habría que pensar si no son precisamente los colectivos animalistas los que constituyen una verdadera lacra social, por sembrar el odio y la confusión, y por intentar erigirse en dictadores morales. El movimiento animalista está lleno de contradicciones y paradojas. Pero además de eso, como comprobaremos a continuación, se trata de un movimiento anti-ecológico.