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Evidentemente,
el veganismo podrá ser respetable (aunque cuestionable) como opción ética
personal, al igual que cualquier otra. Lo que no es admisible es la pretensión
totalitaria -tan propia del movimiento animalista- de imponer sus criterios al
resto de la sociedad, erigiéndose en una especie de dictadura moral. Como si
esta opción ética fuera única, o fuera superior a las demás.
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A
lo largo de los apartados anteriores se han desmontado muchas de las paradojas
de la corriente animalista, y por extensión, del pensamiento vegano. Por ello
nos limitaremos solamente a resaltar algunas de las contradicciones más
llamativas del veganismo.
Para
cualquier vegano existen dos presupuestos que son básicos e irrenunciables:
- Todos
los animales (incluyendo al ser humano como parte de ellos) debemos tener la
misma dignidad y los mismos derechos.
- El
ser humano no debe matar a animales para alimentarse de ellos. Ni tampoco
utilizarlos o explotarlos con otros fines.
Nos remitimos a los
apartados 3, 4, 5 y 6 para comprobar la ridiculez y el absurdo de ambos
postulados. Pero aún tomándolos como válidos, comprobaríamos inmediatamente
que son contradictorios entre sí. La razón es clara: si todos los animales
somos iguales, ¿por qué el león, el tigre, el leopardo, el oso, la hiena, la
comadreja, el zorro, la orca o el tiburón pueden alimentarse de otros animales
y el ser humano no?
Es
evidente que si a todos estos animales les reconocemos su derecho a matar y
alimentarse de otros, pero al ser humano pretendemos negárselo, estamos
discriminando al hombre en relación con los demás animales. ¿No se supone que
todos deben ser iguales? ¿No lo defienden así los propios veganos? De este modo,
no estaríamos colocando al ser humano ni siquiera al mismo nivel que el resto
de especies, sino incluso por debajo. O en todo caso, habría que convencer al
tigre, al león, al guepardo, al oso o al cocodrilo para que dejaran de matar y
de comerse a otros animales, porque eso supuestamente es de “salvajes”, de
“torturadores” y de “crueles”. Si el ser humano no debe tener derecho a ello,
el resto de animales tampoco deberían tenerlo, según el propio criterio de la
“igualdad animal” que tanto defienden los animalistas.
No
vamos a incidir de nuevo en lo que atañe al aprovechamiento del animal por
parte del humano, pues también se ha tratado en los apartados anteriores. Pero
conviene no olvidar que el hombre, desde que existe sobre la Tierra, utilizó y
sacrificó animales con fines de alimentación, protección, abrigo, transporte,
trabajo, obtención de materias primas, fabricación de utensilios, elaboración
de productos cosméticos o farmacéuticos, celebraciones rituales, actividades
artísticas, culturales o lúdicas, etc. Y el hecho de que hoy haya propuestas
alternativas que permitan la no utilización de animales para todas estas finalidades
se debe exclusivamente a las posibilidades derivadas de una sociedad
industrializada, pero que no responden a la situación natural del ser humano
sobre el planeta (ver apartado 3).
El
ser humano ha sido depredador y omnívoro desde el origen de su existencia.
Pretender negarle esta condición sería algo absurdo y antinatural. Más aún. Pretender
negarle al hombre su condición de carnívoro y depredador mientras esta misma condición sí se le reconoce
al resto de animales resulta ilógico y discriminatorio. Y hacerlo, además,
aduciendo a la supuesta “igualdad” de todos los animales es el colmo de la
contradicción. Es evidente que el pensamiento vegano, además de ser una simpleza,
es una cadena de incongruencias.
Pero
eso no es todo. Atención. ¿Se han fijado los veganos que muchos de los
productos alimenticios que compran en los supermercados para alimentar a sus
mascotas están elaborados a partir de carne animal? ¿A sus mascotas sí les
permiten comer carne? ¿O, por el contrario, los gatos de los veganos también
deben ser veganos? Cualquiera de las respuestas sería un disparate. En efecto,
sería un disparate que el gato del vegano pueda comer carne y su dueño no. Pero
más disparate aún sería pretender que el gato del vegano tampoco comiera carne,
pues esto atentaría contra la propia naturaleza del animal.
Además
de ser antinatural y contradictorio, el veganismo es una auténtica utopía. Sólo
hay que pensar en la cantidad de larvas e insectos que han de ser matados para
que un vegano se pueda comer una lechuga. Si extendiéramos el pensamiento animalista-vegano
a todas las esferas de nuestra vida, no podríamos actuar contra las plagas de
insectos o roedores que pudieran amenazar nuestras ciudades; ni poner veneno a
las ratas que acechen nuestra cocina; ni utilizar insecticidas para librarnos
de las moscas, hormigas y tabarros en el verano; ni matar de un palmetazo a los
mosquitos que puedan picarnos en la pantorrilla…
Por
otra parte, los recientes estudios científicos de Heidi Appel y Rex Cocroft
demuestran que las plantas también son capaces de sentir cuando están siendo
ingeridas o lastimadas de cualquier manera. Y que incluso pueden activar
ciertas defensas, reaccionando ante lo que perciben como una amenaza. Con lo
cual, los supuestos principios éticos del veganismo se desmoronan. Si las
plantas también sienten, los veganos que se las comen también son unos
salvajes. Al parecer, resulta imposible alimentarse de ningún ser vivo sin
causarle un daño.
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Está
claro que intentar modificar el orden natural de la cadena alimentaria del
planeta resulta absurdo y anti-ecológico. Ya quedó explicado en el apartado 6,
no vamos a incidir de nuevo en ello. Pero aún hay algo más. Existe ya en EEUU
una facción del veganismo radical que propone la extinción voluntaria de la especie
humana. Literalmente. No es ningún invento, ni ninguna patraña. Sin
embargo, es algo que muchos animalistas incluso desconocen. Este planteamiento
parece ser consecuencia de la pretensión de acabar con cualquier tipo de
explotación del animal por parte del hombre. Este colectivo considera que el
ser humano es el causante de todos los desequilibrios de la naturaleza, y que la
libertad de todas las especies animales sólo podría conseguirse si el género
humano desapareciera de la faz de la Tierra. No en forma de exterminio, pero sí
en forma de extinción voluntaria progresiva. A eso conduce realmente la teoría
animalista.
Por otr parte, también habría que plantearse todo lo que hay detrás del movimiento vegano. En los últimos años, el desarrollo del veganismo ha propiciado la expansión de una industria muy rentable, que aprovechando la sensiblería animalista ha lanzado al mercado todo tipo de productos elaborados sin materias primas de origen animal: gran variedad de alimentos, suplementos nutricionales, bebidas, ropa, calzado, productos para la higiene personal, para el cabello, para el cuidado facial… Y, por supuesto, artículos que refuerzan las señas de identidad del colectivo utilizando la imagen y el reclamo del veganismo en la producción de bolsos y complementos, accesorios y artículos para el hogar, utensilios de cocina, artículos de adorno y decoración, libros, revistas, etc. Productos algunos de ellos, por cierto, bastante caros.
Tampoco hay que olvidar los oscuros intereses comerciales de uno de los sectores más
potentes en los últimos años a nivel mundial: la industria de la mascota. Este
tema será abordado en profundidad en el apartado 16. Quizás sólo al sumar la
industria del veganismo a la industria de la mascota pueda empezar a comprenderse
toda la mafia que subyace detrás de los movimientos animalistas…