7. LAS INCONGRUENCIAS DEL VEGANISMO



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La corriente animalista ha propiciado la expansión en los últimos años del veganismo, movimiento que rechaza la utilización y consumo de productos y servicios de origen animal. Los “octolactovegetarianos” se abstienen únicamente de comer carne. Pero los practicantes del veganismo dietético estricto tampoco incluyen en sus dietas ningún alimento derivado de la explotación animal: leche y sus derivados, huevos, miel... Igualmente, no consumen ni utilizan ningún producto o servicio elaborado con materias primas obtenidas de animales. Esta corriente, impulsada por activistas como Donald Watson o Leslie Cross, pretende establecerse como sistema de alimentación alternativo, como forma de vida y como opción ética. 

Evidentemente, el veganismo podrá ser respetable (aunque cuestionable) como opción ética personal, al igual que cualquier otra. Lo que no es admisible es la pretensión totalitaria -tan propia del movimiento animalista- de imponer sus criterios al resto de la sociedad, erigiéndose en una especie de dictadura moral. Como si esta opción ética fuera única, o fuera superior a las demás. 

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A lo largo de los apartados anteriores se han desmontado muchas de las paradojas de la corriente animalista, y por extensión, del pensamiento vegano. Por ello nos limitaremos solamente a resaltar algunas de las contradicciones más llamativas del veganismo. 

Para cualquier vegano existen dos presupuestos que son básicos e irrenunciables:

-       Todos los animales (incluyendo al ser humano como parte de ellos) debemos tener la misma dignidad y los mismos derechos. 

-       El ser humano no debe matar a animales para alimentarse de ellos. Ni tampoco utilizarlos o explotarlos con otros fines. 

Nos remitimos a los apartados 3, 4, 5 y 6 para comprobar la ridiculez y el absurdo de ambos postulados. Pero aún tomándolos como válidos, comprobaríamos inmediatamente que son contradictorios entre sí. La razón es clara: si todos los animales somos iguales, ¿por qué el león, el tigre, el leopardo, el oso, la hiena, la comadreja, el zorro, la orca o el tiburón pueden alimentarse de otros animales y el ser humano no? 
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Es evidente que si a todos estos animales les reconocemos su derecho a matar y alimentarse de otros, pero al ser humano pretendemos negárselo, estamos discriminando al hombre en relación con los demás animales. ¿No se supone que todos deben ser iguales? ¿No lo defienden así los propios veganos? De este modo, no estaríamos colocando al ser humano ni siquiera al mismo nivel que el resto de especies, sino incluso por debajo. O en todo caso, habría que convencer al tigre, al león, al guepardo, al oso o al cocodrilo para que dejaran de matar y de comerse a otros animales, porque eso supuestamente es de “salvajes”, de “torturadores” y de “crueles”. Si el ser humano no debe tener derecho a ello, el resto de animales tampoco deberían tenerlo, según el propio criterio de la “igualdad animal” que tanto defienden los animalistas. 
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No vamos a incidir de nuevo en lo que atañe al aprovechamiento del animal por parte del humano, pues también se ha tratado en los apartados anteriores. Pero conviene no olvidar que el hombre, desde que existe sobre la Tierra, utilizó y sacrificó animales con fines de alimentación, protección, abrigo, transporte, trabajo, obtención de materias primas, fabricación de utensilios, elaboración de productos cosméticos o farmacéuticos, celebraciones rituales, actividades artísticas, culturales o lúdicas, etc. Y el hecho de que hoy haya propuestas alternativas que permitan la no utilización de animales para todas estas finalidades se debe exclusivamente a las posibilidades derivadas de una sociedad industrializada, pero que no responden a la situación natural del ser humano sobre el planeta (ver apartado 3). 


El ser humano ha sido depredador y omnívoro desde el origen de su existencia. Pretender negarle esta condición sería algo absurdo y antinatural. Más aún. Pretender negarle al hombre su condición de carnívoro y depredador  mientras esta misma condición sí se le reconoce al resto de animales resulta ilógico y discriminatorio. Y hacerlo, además, aduciendo a la supuesta “igualdad” de todos los animales es el colmo de la contradicción. Es evidente que el pensamiento vegano, además de ser una simpleza, es una cadena de incongruencias. 

Pero eso no es todo. Atención. ¿Se han fijado los veganos que muchos de los productos alimenticios que compran en los supermercados para alimentar a sus mascotas están elaborados a partir de carne animal? ¿A sus mascotas sí les permiten comer carne? ¿O, por el contrario, los gatos de los veganos también deben ser veganos? Cualquiera de las respuestas sería un disparate. En efecto, sería un disparate que el gato del vegano pueda comer carne y su dueño no. Pero más disparate aún sería pretender que el gato del vegano tampoco comiera carne, pues esto atentaría contra la propia naturaleza del animal. 

Además de ser antinatural y contradictorio, el veganismo es una auténtica utopía. Sólo hay que pensar en la cantidad de larvas e insectos que han de ser matados para que un vegano se pueda comer una lechuga. Si extendiéramos el pensamiento animalista-vegano a todas las esferas de nuestra vida, no podríamos actuar contra las plagas de insectos o roedores que pudieran amenazar nuestras ciudades; ni poner veneno a las ratas que acechen nuestra cocina; ni utilizar insecticidas para librarnos de las moscas, hormigas y tabarros en el verano; ni matar de un palmetazo a los mosquitos que puedan picarnos en la pantorrilla… 

Por otra parte, los recientes estudios científicos de Heidi Appel y Rex Cocroft demuestran que las plantas también son capaces de sentir cuando están siendo ingeridas o lastimadas de cualquier manera. Y que incluso pueden activar ciertas defensas, reaccionando ante lo que perciben como una amenaza. Con lo cual, los supuestos principios éticos del veganismo se desmoronan. Si las plantas también sienten, los veganos que se las comen también son unos salvajes. Al parecer, resulta imposible alimentarse de ningún ser vivo sin causarle un daño. 
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Está claro que intentar modificar el orden natural de la cadena alimentaria del planeta resulta absurdo y anti-ecológico. Ya quedó explicado en el apartado 6, no vamos a incidir de nuevo en ello. Pero aún hay algo más. Existe ya en EEUU una facción del veganismo radical que propone la extinción voluntaria de la especie humana. Literalmente. No es ningún invento, ni ninguna patraña. Sin embargo, es algo que muchos animalistas incluso desconocen. Este planteamiento parece ser consecuencia de la pretensión de acabar con cualquier tipo de explotación del animal por parte del hombre. Este colectivo considera que el ser humano es el causante de todos los desequilibrios de la naturaleza, y que la libertad de todas las especies animales sólo podría conseguirse si el género humano desapareciera de la faz de la Tierra. No en forma de exterminio, pero sí en forma de extinción voluntaria progresiva. A eso conduce realmente la teoría animalista.       

  Por otr parte, también habría que plantearse todo lo que hay detrás del movimiento vegano. En los últimos años, el desarrollo del veganismo ha propiciado la expansión de una industria muy rentable, que aprovechando la sensiblería animalista ha lanzado al mercado todo tipo de productos elaborados sin materias primas de origen animal: gran variedad de alimentos, suplementos nutricionales, bebidas, ropa, calzado, productos para la higiene personal, para el cabello, para el cuidado facial… Y, por supuesto, artículos que refuerzan las señas de identidad del colectivo utilizando la imagen y el reclamo del veganismo en la producción de bolsos y complementos, accesorios y artículos para el hogar, utensilios de cocina, artículos de adorno y decoración, libros, revistas, etc. Productos algunos de ellos, por cierto, bastante caros. 
Imágenes de www.gastronomiavegana.org

Imágenes de www.petalatino.com y www.mexicanvegan.org

Tampoco hay que olvidar los oscuros intereses comerciales de uno de los sectores más potentes en los últimos años a nivel mundial: la industria de la mascota. Este tema será abordado en profundidad en el apartado 16. Quizás sólo al sumar la industria del veganismo a la industria de la mascota pueda empezar a comprenderse toda la mafia que subyace detrás de los movimientos animalistas…